Querido y admirado Jorge:
En el III Congreso de Teología, que organiza el Centro Monseñor Romero, de la UCA, en El Salvador, me enteré de la prohibición de seguir enseñando Teología en la Universidad Católica que te ha impuesto el cardenal de Santiago de Chile. Ignoro los verdaderos motivos que han llevado al cardenal a tomar una decisión tan grave. En todo caso, me sorprende este asunto porque, por las informaciones que nos van llegando, no mediaban errores doctrinales ni comportamientos improcedentes por tu parte. Y si hay algo de esto, ¿por qué no lo dice claramente la correspondiente autoridad jerárquica?
Pero la intención de esta carta no es aclarar lo que a mí no me corresponde. Lo que te quiero decir con este escrito es más personal. En Abril de 1988, a mí me ocurrió algo parecido a lo que te ha sucedido a ti. Como sabes, yo era catedrático de Teología en la Facultad de Teología de Granada (España). Y un buen día, sin previo aviso, ni proceso, ni ocasión alguna para poder defenderme (ya que no sabía, ni sé, por qué se tomó aquella decisión), el provincial de los jesuitas de Andalucía y Canarias me comunicó, de palabra y sin mediar documento alguno, que se me prohibía seguir enseñando en la Facultad. Sólo sé que la prohibición venía de Roma. Han pasado tantos años desde entonces, y a estas alturas veo que me voy a ir de este mundo sin saber por qué se tomó aquella decisión.
Así las cosas, me tomo la libertad de indicarte - por si te sirve de algo - que cuides (todo lo que puedas) tu salud emocional y psíquica. Te lo digo porque a mí me costó aquello una depresión muy seria de la que tardé ocho años en salir. Y sobre todo no permitas que se tambalee tu fe, tu amor a la Iglesia y a la Compañía de Jesús. No soy yo la persona más indicada para aconsejar esto a nadie. Porque creo que no he sido, ni soy, ejemplar en ninguna de estas cosas. Pero, en mi caso al menos, lo que soy y lo que sé, todo ello se lo debo a los jesuitas. Y, en definitiva, se lo debo a la Iglesia. Porque ha sido la Iglesia la que ha hecho posible que yo conozca a Jesús de Nazaret. Y pueda conocer el Evangelio y lo que representa en la vida el seguimiento de Jesús. He sido infiel, muchas veces, a mis mejores ilusiones y deseos. Pero también es verdad que nunca he perdido la ilusión de ser libre y vivir la libertad al servicio de la misericordia.
Me tomo también la libertad de decirte estas cosas, que tú sabes mejor que yo, por algo que seguramente todavía no has vivido. Los que nos vemos sancionados por la Iglesia, como inaceptables para seguir enseñando Teología, por eso mismo quedamos marcados para el resto de nuestros días. Porque ya resulta inevitable que haya muchas personas (buenas personas) que pensarán de ti, como piensan de mí, “si ha sido sancionado por la autoridad responsable, algo habrá hecho”. Y eso ya queda como un cliché que nos marca y que nos cierra muchas puertas y aleja de nosotros a muchas personas. Sólo la fe en Jesús, la ilusión por seguir trabajando en el quehacer teológico, y la firme decisión de no dejarse dominar por el resentimiento, nos puede sacar adelante.
Perdona, querido Jorge, la libertad que me tomo al escribirte públicamente lo que aquí te digo. Acéptalo como un desahogo. De mí, posiblemente, pensarán..., ¿qué se yo? Cada cual es libre para pensar lo que crea más lógico. Lo que nos tiene que importar es si nuestra forma de vida evoca a los demás una imagen que le pueda ayudar a ser más humanos, más honrados y siempre buenas personas.
Con un cordial abrazo,
José María Castillo
Teología sin censura
RD
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