Friday, April 03, 2015

VÍA CRUCIS: VIDEO COMPLETO: "Nuestros hermanos son perseguidos, decapitados, crucificados por su fe, bajo nuestro silencio cómplice"


El Coliseo acogió esta noche a los perseguidos hoy: en Siria, Irak, Egipto, Nigeria o China


El Coliseo acogió esta noche a los perseguidos hoy: en Siria, Irak, Egipto, Nigeria o China


(Jesús Bastante).- Via Crucis en el Coliseo romano. Hace dos mil años, muchos fueron pasados a los leones a causa de su fe. Hoy, en esos mismos adoquinos, portaron la Cruz seguidores de Jesús provenientes de Siria, Nigeria, Egipto, Irak o China. Perseguidos hasta la huida, como los inocentes en tiempos del Nazareno, o hasta la muerte, como el propio Cristo.
A todos ellos quiso rendir homenaje la misma Iglesia sufriente y, como un símbolo profético, el Papa Francisco, quien denunció cómo "vemos a nuestros hermanos perseguidos, decapitados, crucificados, por su fe en ti. Bajo nuestros ojos y con nuestro silencio cómplice".
El Via Crucis romano es, seguramente, la ceremonia más bella desde el punto de vista plástico de las que se celebran en la Semana Santa del Vaticano. Desde la columna del Palatino, en cuyas ruinas se reflejaban, una a una, las catorce estaciones, Francisco asistió, en silencio, profundamente concentrado. Los sufrimientos de Cristo son los nuestros, los que el Dios que se hizo hombre asume muriendo como el más pobre de todos los seres humanos.
El maltrato, la violencia, la pena de muerte, el papel de las minorías, la humillación, el abandono, la violencia contra los menores... fueron algunos de los temas del Via Crucis. Al término de las catorce estaciones, Bergoglio ncidió en el Via Crucis como la "síntesis" de la vida de Jesús y la realización de su amor. "Es la prueba de tu misión, el cumplimiento de la Revelación y de las promesas. El peso de tu cruz nos libera de nuestras cargas, de tu obediencia al Padre nos damos cuenta de nuestra rebelión y desobediencia".
"Tú has sido vendido, crucificado por tu gente", prosiguió el Papa. "En tu inocencia, corazón inmaculado, vemos nuestra culpa. En tu rostro abofeteado, escupido, vemos la brutalidad de nuestros pecados". En la crueldad de la Pasión de Jesús "vemos la crueldad de nuestro corazón y nuestras acciones. En el sentirte abandonado, vemos a todos los abandonados por sus familias, por la sociedad"
"En tu cuerpo sacrificado, destruido, vemos el cuerpo de nuestros hermanos abandonados en las calles, desfigurados por nuestra negligencia y por nuestra indiferencia. En tu sed, Señor, vemos la sed del padre misericordioso, que ha querido salvar y perdonar a la Humanidad", prosiguió el Pontífice, pidió imprimir en el corazón de los creyentes "sentimientos de fe, esperanza y caridad", y que el dolor por la Pasión y la Muerte se transforme en "conversión de obras, para no olvidar jamás el inmenso precio que has pagado para liberarnos".
"Jesús crucificado, refuerza en nosotros la fe. Que no acabe la fe ante las tentaciones y reviva en nosotros la esperanza", añadió Bergoglio. "Que no nos dejemos engañar por la corrupción y la mundanidad. Enséñanos que la cruz lleva a la Resurrección, enséñanos que el Viernes Santo camina hacia la pascua y la luz".
"Enséñanos que Dios nunca olvida a ninguno de sus hijos, que no se cansa nunca de perdonar y de abrazarnos con su infinita misericordia. Enséñanos a no cansarnos jamás en conceder el perdón y creer en la misericordia sin límites", concluyó el Papa, antes de invitar a los presentes a descansar y meditar en esta noche en que el Via Crucis romano volvió a convertirse en un lugar de dolor, pero también de recuerdo. Y de esperanza. De la Pasión, a la muerte. De ésta a la Resurrección. Acaba el Viernes Santo, comienza la confianza en la luz, en el sepulcro vacío. En el Dios que llega.
Los textos de las meditaciones de este año fueron escritas por el obispo emérito italiano, monseñor Renato Corti de 79 años.
Durante las catorce estaciones del Via Crucis se reza por aquellos que padecen diferentes sufrimientos, entre ellos, las víctimas de persecuciones religiosas o a causa de la justicia, las familias en dificultad y la explotación de menores. También se proponen los sentimientos y pensamientos de Jesús durante su pasión.
 Estos son algunos de los fragmentos del Via Crucis

Acabo de celebrar la Pascua con mis discípulos. Era algo que había deseado ardientemente: la última Pascua, antes de la pasión, antes de volver a ti. Pero, de pronto, se ha visto alterada. El diablo había metido en la cabeza de un discípulo mío que me traicionara. En el huerto de Getsemaní ha venido hacia mí. Con un gesto que es expresión de amor, me ha saludado diciéndome: «Salve, Maestro». Y me ha besado. ¡Qué amargura en aquel momento!
Durante la cena, te he suplicado, Padre, que guardes a mis discípulos en tu nombre, para que sean uno, como nosotros.
Me rodean los soldados del gobernador. Para ellos, ya no soy una persona, sino un objeto. Quieren divertirse conmigo, burlarse de mí. Por eso me visten de rey. Han preparado incluso una corona, pero de espinas. Me golpean en la cabeza con una caña. Me escupen. Me sacan afuera.
Me tambaleo al dar los primeros pasos hacia el Calvario. He perdido ya mucha sangre. Me resulta difícil sostener el peso del madero que he de llevar. Y caigo a tierra.
Mi Madre está entre la gente. Mi corazón late con fuerza. No consigo verla bien. La sangre me cubre la cara.


Oigo gritos a mi alrededor. Toman a la fuerza a un campesino que pasaba por allí, seguramente por casualidad. Sin muchas explicaciones, lo obligan a llevar mi peso. Me siento aliviado. Le mandan que vaya detrás de mí. Iremos juntos hasta el lugar de mi suplicio... Sin embargo, ahora este hombre carga incluso con la mía. Quizás ni siquiera sabe quién soy, pero igualmente me ayuda y me sigue.
Entre la multitud hay muchas mujeres. Su delicadeza impulsa a una de ellas a acercarse para secarme el rostro. Este gesto me hace recordar otros encuentros.
No es sólo cansancio físico. Es algo más profundo lo que me pasa. Ayer tarde estuve un buen rato postrado en oración al Padre. Mi sudor era como gotas de sangre. Estaba ya en agonía. Estoy viviendo la experiencia extrema y difícil de todo ser humano que se acerca a la muerte. Gracias, Padre, por haberme enviado en ese momento un ángel del cielo a consolarme.
Hace pocos días que llegué a Jerusalén. Una comitiva de discípulos me acogió haciendo fiesta con regocijo. Incluso me aclamaban diciendo: «Bendito el que viene en el nombre del Señor»... Ahora que voy exhausto al Gólgota, oigo voces de mujeres que se lloran por mí y se dan golpes de pecho.
Mi camino terreno llega a su fin. Cuando nací, mi madre me puso en un pesebre. He pasado casi toda mi vida en Nazaret. He formado parte de la historia del pueblo elegido.
Muchos escucharon mi palabra y me siguieron, convirtiéndose en discípulos míos; otros no me comprendieron. Algunos me rechazaron y, al final, me condenaron. Pero, en este momento, más que nunca, me siento llamado a revelar el amor de Dios por los hombres
Me quedo en silencio. Me siento humillado por un gesto aparentemente banal. Hace horas que me quitaron la ropa. Pienso en mi Madre, aquí presente. Mi humillación es también la suya. También de esta manera una espada traspasó su alma. A ella le debía la túnica que me arrebataron. Era un símbolo de su amor por mí.
Me están taladrando los pies y las manos. Los brazos estirados... Miro a los que me crucifican. Pienso en los que se lo han mandado: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
Jesús dijo a voz en grito: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Después, dirigiéndose a su Madre, dijo: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»; y al discípulo Juan: «Ahí tienes a tu madre».

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