Su padre, Zacarías, lleno del Espíritu Santo, empezó a recitar estos versos proféticos: Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo. Ahora sale triunfante nuestra salvación en la casa de David, su siervo, como lo había dicho desde tiempos antiguos por boca de sus santos profetas: que nos salvaría de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; que nos mostraría el amor que tiene a nuestros padres y cómo recuerda su santa alianza. Pues juró a nuestro padre Abraham que nos libraría de nuestros enemigos para que lo sirvamos sin temor, justos y santos, todos los días de nuestra vida.
Y tú, niño, serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para prepararle sus caminos, para decir a su pueblo lo que será su salvación. Pues van a recibir el perdón de sus pecados, obra de la misericordia de nuestro Dios, cuando venga de lo alto para visitarnos cual sol naciente, iluminando a los que viven en tinieblas, sentados en la sombra de la muerte, y guiar nuestros pasos por un sendero de paz.
¿Qué me estás diciendo, Señor?
Reflexiones sobre la lectura de hoy
El "Benedictus" es una oración profética sobre la venida del Salvador. Este "Altísimo" que menciona Zacarías, no llega en una nube de gloria, sino que como un niño vulnerable de una familia modesta, en un frío establo de Belén. Esa es la clase de Dios que tenemos. Este niño en un pesebre, trae luz para los que están en tinieblas, me libera de mis pecados y derrota el poder del mal. ¿Qué le digo a Él, que me ama más allá de todo amor?
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