Por Javier Leoz
1.- Dios quiso compartir con nosotros todo. Vino a vivir nuestra misma vida. Quiso existir visiblemente en medio de nosotros. Y, además, para que no faltara nada, para que no tuviéramos ninguna duda de su encarnación, quiso nacer, crecer y madurar en medio de la familia modelo: Jesús, José y María. Con la única arma del amor, la Sagrada Familia, nos invita a todos nosotros a dar cabida y potenciar el gran amor que Dios nos tiene.
La gran noticia que los ángeles nos han traído en estos días ha sido que Jesús ha nacido. Pero, detrás de ese notición, emergen dos figuras que han cuidado el Misterio y han ido unidas al pregón de esta Buena Noticia; que se han enfrentado a dificultades para que Dios salga victorioso; que se han negado a sí mismas para que, Jesús, contara con los elementos esenciales para seguir siendo esperanza. Es, ni más ni menos, la familia de Nazaret.
2.- Una familia procura para sus hijos lo mejor. José y María lo intentaron todo. Buscaron en mil rincones, llamaron en decenas de puertas….pero al final, para que se cumpliera lo establecido por las escrituras, colocaron lo mejor que pudieron a Jesús en un pesebre. Eso, sí; lo hicieron con amor y por amor.
Lo mismo, y al igual que tantos padres quieren colocar a sus hijos en la mejor posición, José y María también se pusieron manos a la obra. Les precedía una estela de sencillez y de obediencia; de pobreza y de confianza. Los tres, en familia, se convierten en medio de las Navidades en una impresionante estampa donde, por sus cuatro costados, nos sugiere muchas cosas:
--Primero: No existe familia sin inconvenientes. Hasta la de Nazaret, tocada y bendecida por Dios, tuvo que pasar por un mar de dificultades. Desde el “Sí” de María, pasando por los sueños de San José, las puertas cerradas o la huída a Egipto, nos hacen caer en la cuenta de que los grandes amores son los que más hay que cuidar. Y que, los grandes amores, son los más probados. Que no hay gran empresa, aunque sea inspirada de Dios, que no tenga sus tropiezos. Que nuestras familias, aun siendo señaladas, son en medio de la sociedad un estímulo para recuperar la salud y la paz social que cada día más se añora.
--Segundo: En la familia todos tienen su lugar y su carisma. Poco sabemos de José y de María. Pero si que es verdad que, en los dos, se da un común denominador: se pusieron manos a la obra para salvar la obra de Dios.
Uno, como carpintero. El otro, María, como portadora de la Buena Noticia. Supieron estar en el lugar que les correspondía y siendo responsables de lo que Dios les confió.
¿Por qué en muchas familias actuales hay cierto temor a desempeñar el rol que corresponde a padres y, ausencia moral, a la hora de exigir el rol que les corresponde igualmente a los hijos? Recientemente, en un estudio sobre la familia, salía a la palestra una queja de los más jóvenes: la necesidad de que los padres ejerzan como tales, sobre todo en los años donde se juega el equilibrio emocional y psicológico de las personas.
--Tercero: En la familia se aprende a vivir y a creer. Estamos en Navidad. Todo lo que en estos días estamos celebrando y expresando ¿de quién o en dónde lo hemos aprendido? Sin dudarlo, y salvo algunas excepciones, de nuestros padres y en nuestras familias.
La Sagrada Familia también nos trae una buena catequesis: la confianza, el amor y la fe en Dios, por parte de José y de María, teñía todo el ambiente de aquel primer hogar cristiano. Jesús, el camino a la sinagoga o la familiaridad con la Ley, no le vendría por imposición ni mucho menos. Desde que fue niño, estoy seguro, vería a unos padres comprometidos con Dios, enamorados de su causa y cercanos a su Ley. Fueron, sin dudarlo, los primeros y mejores catequistas en la vida del Niño Jesús.
Esto, a nosotros, nos interpela seriamente. ¿Qué estamos haciendo por el traspaso de la fe en nuestras familias? ¿Somos transmisores o cortocircuito?
3.- ¿Nos tomamos en serio nuestra misión de educadores o delegamos, por comodidad o cansancio, en otras instituciones y personas? ¿Ponemos la práctica cristiana (oración, eucaristía, bendición de la mesa, rosario, etc.) en algún momento de nuestra vida familiar o vivimos al margen de ella?
Interrogantes que, en su respuesta, denotarán si nuestras familias son cristianas o si, simplemente, se han quedado como “familias bautizadas pero sin vivencia cristiana”.
4.- Que Jesús, José y María nos ayuden a cuidar de esa gran institución en la que hemos nacido. Se suele decir que una cosa no se valora hasta que no se pierde.
Que, nosotros, sepamos dar gracias a Dios por esa gran escuela, universidad, taller y semillero de valores (religiosos, sociales, culturales…) que son nuestras familias. Sólo así, lejos de ser “clones” de una sociedad interesada y caprichosa, seremos hombres y mujeres con raíces profundas, con criterios propios y con luz personal.
En Jesús, Dios hace suyos y viene a vivir los valores más nobles y más valiosos de los hombres. Y, la familia, sin duda alguna, es uno de ellos. Y, Dios, también lo vive, lo asume y lo celebra con gusto.
Fuente: Betania
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