Sunday, March 14, 2010

LA CUARESMA EN LOS TIEMPOS DE HOY

Hemos ido trazando varios editoriales sobre la cuaresma. La vida del cristiano no puede estar ajena a este tiempo de reflexión y de examen. Es cierto que el entorno no nos ayuda con la necesaria introspección. Hay mucho ruido inútil en nuestra. Jaleo que nos viene de muchos lugares. Los medios de comunicación –y sobre todo las televisiones—cada día gritan más, por motivos ciertamente fútiles y los políticos, muchos, eluden muchas de sus responsabilidades por no perder votos. Pero también esa tendencia se hace a gritos y enmarcada en una bronca permanente. No es fácil el sosiego, ni el pensamiento objetivo. Pero hemos de intentar conseguir paz y verdad en nuestras vidas.



TAREA DE TODA UNA VIDA

Esta claro que la Cuaresma es camino de conversión y nuestra conversión durará toda la vida. Ese camino de convergencia hacia Cristo es labor de toda la existencia y por eso –en la medida de lo posible—debemos aprovechar el tiempo. Es posible que algunos propósitos trazados el Miércoles de Ceniza, cuando la cuaresma iniciaba su tiempo, hayan quedado desdibujados e incumplidos. Es lógico que esto ocurra. Nuestra vida cotidiana –como decíamos al principio-- no está todo lo cerca del camino de Jesús, que nosotros quisiéramos. Pero siempre es útil pararse y reflexionar. Como en la navegación marítima siempre hay que estar enmendando el rumbo porque corrientes y vientos contrarios nos afectan y perdemos la buena dirección. No se trata, pues, de preocuparse por la falta de avances. Lo que tenemos que hacer es empezar de nuevo y situarnos en el rumbo prefijado.



LA PERMANENTE TENTACIÓN

La Cuaresma conmemora los cuarenta días que el Señor Jesús pasó en el desierto. Y allí fue tentado. Hemos de analizar nuestras propias tentaciones o todo lo que nos entorpece y nos engaña. El Tentador es un mentiroso. Nunca ofrece a cambio nada real. Todos son engaños. Y hemos de tener cuidado en no hacer nuestros los engaños sugeridos por el Malo y vivir completamente tentados como si no lo estuviéramos o fueran “nuestras desgracias” y “nuestros desaciertos” lo que nos afectan. Un primer índice de que estamos fuertemente tentados en la ausencia de alegría. La tristeza sin motivo es un arma demoníaca muy habitual. Pero si profundizamos en las causas de esta tristeza veremos, casi seguro, que no hay razón para la misma. No está entristeciendo algo que nos puede salir mal, pero que todavía no ha ocurrido y que puede llegarnos de cualquier forma, y no necesariamente de la peor. San Ignacio de Loyola que realizó un trabajo muy especial en los Ejercicios Espirituales, descubría esa tristeza –falsa o falseada—en el momento que él llamaba como Desolación. Si además la tristeza nos lleva a ser negligentes en nuestra oración o en las prácticas religiosas que habitualmente hacemos es que, en efecto, estamos siendo manipulados por el Tentador.


La Cuaresma es una carrera y si a mitad de ella queremos abandonar, sin razón aparente, es que alguien pretende que no lleguemos a nuestra meta. Puede parecer un poco fantástico todo este discurso de acciones “exteriores” que influyen negativamente sobre nuestro carácter y nuestra alegría. Tendemos, ahora, a dar explicaciones más psicológicas y psicosomáticas. Y bien puede ser. Pero sin olvidar las otras. Porque si nuestra tristeza nos dirige, fundamentalmente, a dejar de frecuentar los sacramentos, a no hacer nuestro rato cotidiano de oración o a sentir una extraña –y nueva e inaudita—agresividad contraria a las cosas de la Fe, es que alguien quiere sacarnos de ahí. No es que hayamos encontrado una “iluminación” contraria a la Religión de manera inmediata.



EL ENEMIGO SUTIL

La mejor forma de descubrir a un enemigo sutil es saber que persigue y cuales son sus armas. No nos dejemos atacar por una tristeza inesperada, ni tampoco aceptemos, aunque nos cueste más, cambiar de prácticas religiosas y sacramentales. Cuando San Ignacio de Loyola escribió su famosa frase de “en tiempo de desolación, no hacer mudanza”, acaba de acertar con el diagnóstico. Cuando esos efluvios de tristeza, de desinterés, nos inunden. En ese momento, en esos días, deberemos cumplir lo que teníamos proyectado en materia de devociones y en todo lo demás. Nada de abandonar trabajos u oraciones, porque nos sentimos tristes. Bien al contrario. Es muy posible que a lo largo de estos días de cuaresma hayamos experimentado esa tristeza inmovilizante o una invitación para dejar las cosas para mañana. Será el momento de intensificar nuestro camino y nuestro cumplimiento, aunque nos cueste más. Mientras que no permitamos el desajuste o debilitamiento de nuestros propósitos, todo irá por donde queremos. Cuando nos abandonemos las cosas marcharan por donde quiere otro, el eterno engañador.


Es obvio que queda tiempo –aunque cada vez menos—para los días grandes del misterio de nuestra fe. Pero el tiempo pasa muy deprisa y la distancia entre hoy y Semana Santa y la Pascua ya se puede contar en días. Por eso hemos de intensificar nuestro camino de cambio y nuestra capacidad de reflexión. No debemos de olvidar, ni un momento, que tres actitudes no muy complicadas nos pueden ayudar en este camino de cuaresma: intensificar nuestra capacidad de oración, moderar nuestros excesos en la vida y en la comida y ser más generosos con todos aquellos, que cerca o lejos, nos necesitan. Es decir, la oración, el ayuno y la limosna nos ayudarán, muy especialmente, en nuestro camino de conversión.


Betania

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