Desde muy joven comparte su vida, su comida y su humilde casa con chavales a los que la sociedad ha condenado a la marginación. Javier Baeza ejerce, desde hace unos años, como párroco de San Carlos Borromeo, la comunidad de Entrevías (un barrio obrero de Madrid) que el cardenal Rouco quiso cerrar en 2007 "por no respetar la ortodoxia litúrgica". Con la visita del Papa todavía muy reciente, la revista Alandar ha visitado su casa para charlar con él sobre lo divino y lo humano.
En los últimos años se ha convertido en una de las voces más respetadas y visibles de la Iglesia crítica con una institución que se muestra cada vez más “pétrea”. Desde muy joven comparte su vida, su comida y su humilde casa con chavales a los que la sociedad ha condenado a la marginación. Javier Baeza ejerce, desde hace unos años, como párroco de San Carlos Borromeo, la comunidad de Entrevías (un barrio obrero de Madrid) que el cardenal Rouco quiso cerrar en 2007 "por no respetar la ortodoxia litúrgica". Con la visita del papa todavía muy reciente, alandar visita su casa para charlar con él sobre lo divino y lo humano.
¿Se siente indignado?
No me siento, ¡estoy indignado! Porque no se trata de un sentimiento sino de una necesidad vital para poder ponerse en marcha.
El movimiento del 15-M, que es el que encabeza esta lucha por cambiar la realidad, coincide en lo sustancial con quienes defienden un “aggiornamento” de la Iglesia.
Sí. Creo que la indignación que ha hecho levantarse a tanta gente debería ser compartida por quienes desde la Iglesia queremos trabajar con los pobres y desde los pobres. Deberíamos ser capaces, tanto dentro como fuera de la Iglesia, de crear un sistema que procure más justicia.
El 15-M exige más democracia y menos autocracia. ¿No es hora de que el pueblo de Dios se levante para reclamar lo mismo a la jerarquía?
Tenemos una llamada desde hace siglos, no solo a la indignación, sino a la subversión. Hay una parte de la Iglesia muy institucionalizada. Y otra que estamos tan urgidos por la realidad que no nos queda tiempo para pensar en esa Iglesia institucional. Está claro que, de cara a los creyentes, eso es un problema.
Y dicha constatación, ¿no nos lleva a una visión pesimista acerca de las posibilidades de cambio?
En una institución como la Iglesia católica, con una historia tan larga, a lo mejor en vez de cambios, lo que se debe dar son rupturas. El mismo hecho histórico de Jesús quiso ser una ruptura con toda la historia y la religiosidad judía. Yo no soy exégeta, pero quizá lo que pasó fue que el mismo Jesús se dio cuenta de que no era posible. Yo no sé si hoy, tal y como vemos a nuestra Iglesia, cabe la posibilidad de transformarla o si debemos ser valientes para ir rompiendo.
La crisis en el mundo y en la Iglesia parece que nos lleva a un callejón sin salida. Algunos auguran que tras el fracaso del 15-M vendrá la nada.
Yo creo que no. El 14 de mayo nadie pensó que surgiría lo que al final surgió. De hecho, los medios de comunicación, al principio, no le dieron ninguna relevancia. En la Iglesia ocurre lo mismo. Me parece que quedan razones para la esperanza. Yo mantengo que la utopía es el camino.
El movimiento de los indignados tiene entre sus mentores a gente muy joven. En la Iglesia, sin embargo, sufrimos de falta de renovación generacional. ¿Este puede ser un factor que la condene a un futuro sin cambios?
En la sociedad civil la indignación ha provocado una reacción. No ha sucedido lo mismo en la Iglesia. El 15-M ha logrado salir adelante porque las clases medias les han dejado hacer. En nuestra Iglesia, la jerarquía, formada por hombres muy mayores, no ha permitido actuar ni hablar a las mujeres ni a un pueblo de Dios que no se siente representado por la curia.
¿A usted le indignó la visita de Benedicto XVI?
No, si su presencia no se hubiera rodeado del boato y el despilfarro que la ha acompañado. Me indignó que todo el aparato político del Estado se pusiera al servicio suyo y de su corte. Más que indignarme, me dolió no ser capaz de distinguir si, el día en que se fue (en el que coincidimos en el aeropuerto), el que se marchaba era el papa o el presidente de los Estados Unidos en su “Airforce One”. Desde el Evangelio, esto no se entiende.
Una de sus frases más destacadas por los medios fue “no se puede seguir a Cristo fuera de la Iglesia (católica)”.
Esta afirmación choca frontalmente con el Concilio Vaticano II y con las enseñanzas de Julio Lois (que desgraciadamente nos ha abandonado hace unos días), que afirmaban que ¡claro que fuera de la Iglesia está la salvación! Este pensamiento va en contra de la universalidad de la que Jesús hizo gala. Yo me atrevería a afirmar que la salvación está fuera de la Iglesia vaticana y que se halla allí dónde hombres y mujeres pobres luchan por su dignidad y sus derechos.
El 15-M cuenta con la simpatía de la mayoría de la sociedad española. ¿Cree que sucede igual, dentro de la Iglesia, con quienes cuestionan los planteamientos de la jerarquía?
En todos los años que llevo como cura he constatado que hay mucho miedo dentro de la Iglesia, que pesa mucho la tradición. Si algo estoy aprendiendo con mi asistencia a las asambleas populares (promovidas por el 15-M) es el acierto de ese discurso, que es el mismo de Jesús de Nazaret y que invita a dialogar, a mirarse a los ojos, a no tener miedo a los diferentes… El 15-M es una llamada a renovar nuestro cristianismo.
¿Y por qué hay tanto miedo?
Primero, porque nos han convencido sobre que el miedo es un valor importante para la confianza en Dios. Aunque Jesús lo dice muy claro: “No tengáis miedo”. El miedo es lo contrario a la fe. Y en la Iglesia, segundo, hay muchos curas, tal vez por la edad, que temen romper con lo institucional. En San Carlos [Borromeo] lo he aprendido: lo contrario a la fe no es el ateísmo sino el miedo. Es lo que impide que la vida fluya. No obstante, yo entiendo el miedo. También el que tiene Rouco o el de otra mucha gente.
¿Ha percibido rechazo del 15-M respecto a la gente que creemos?
Todo lo contrario. He sentido un respeto que, lamentablemente, no creo que exista igual a la inversa. Allí se respeta a las personas comprometidas con al ciudadanía sin preguntar el origen de esa acción. La diversidad de opiniones nunca es un factor fácil de manejar. En San Carlos las homilías participativas son complejas porque a veces te llega un desnortado, un loquillo o alguien que se siente poseedor absoluto de la verdad. Pero eso no deja de albergar una enorme riqueza. La mayoría de las comunidades cristianas y de las parroquias suelen estar encabezadas por quien “sabe mucho” y tiene el monopolio de la palabra. Deberíamos recuperar las experiencias asamblearias. En la Iglesia tenemos mucho que aprender del 15-M. En este punto no entiendo por qué la Iglesia institución ha perdido la oportunidad de valorar un fenómeno que ya ha marcado un antes y un después en la historia de este país.
¿Se siente indignado?
No me siento, ¡estoy indignado! Porque no se trata de un sentimiento sino de una necesidad vital para poder ponerse en marcha.
El movimiento del 15-M, que es el que encabeza esta lucha por cambiar la realidad, coincide en lo sustancial con quienes defienden un “aggiornamento” de la Iglesia.
Sí. Creo que la indignación que ha hecho levantarse a tanta gente debería ser compartida por quienes desde la Iglesia queremos trabajar con los pobres y desde los pobres. Deberíamos ser capaces, tanto dentro como fuera de la Iglesia, de crear un sistema que procure más justicia.
El 15-M exige más democracia y menos autocracia. ¿No es hora de que el pueblo de Dios se levante para reclamar lo mismo a la jerarquía?
Tenemos una llamada desde hace siglos, no solo a la indignación, sino a la subversión. Hay una parte de la Iglesia muy institucionalizada. Y otra que estamos tan urgidos por la realidad que no nos queda tiempo para pensar en esa Iglesia institucional. Está claro que, de cara a los creyentes, eso es un problema.
Y dicha constatación, ¿no nos lleva a una visión pesimista acerca de las posibilidades de cambio?
En una institución como la Iglesia católica, con una historia tan larga, a lo mejor en vez de cambios, lo que se debe dar son rupturas. El mismo hecho histórico de Jesús quiso ser una ruptura con toda la historia y la religiosidad judía. Yo no soy exégeta, pero quizá lo que pasó fue que el mismo Jesús se dio cuenta de que no era posible. Yo no sé si hoy, tal y como vemos a nuestra Iglesia, cabe la posibilidad de transformarla o si debemos ser valientes para ir rompiendo.
La crisis en el mundo y en la Iglesia parece que nos lleva a un callejón sin salida. Algunos auguran que tras el fracaso del 15-M vendrá la nada.
Yo creo que no. El 14 de mayo nadie pensó que surgiría lo que al final surgió. De hecho, los medios de comunicación, al principio, no le dieron ninguna relevancia. En la Iglesia ocurre lo mismo. Me parece que quedan razones para la esperanza. Yo mantengo que la utopía es el camino.
El movimiento de los indignados tiene entre sus mentores a gente muy joven. En la Iglesia, sin embargo, sufrimos de falta de renovación generacional. ¿Este puede ser un factor que la condene a un futuro sin cambios?
En la sociedad civil la indignación ha provocado una reacción. No ha sucedido lo mismo en la Iglesia. El 15-M ha logrado salir adelante porque las clases medias les han dejado hacer. En nuestra Iglesia, la jerarquía, formada por hombres muy mayores, no ha permitido actuar ni hablar a las mujeres ni a un pueblo de Dios que no se siente representado por la curia.
¿A usted le indignó la visita de Benedicto XVI?
No, si su presencia no se hubiera rodeado del boato y el despilfarro que la ha acompañado. Me indignó que todo el aparato político del Estado se pusiera al servicio suyo y de su corte. Más que indignarme, me dolió no ser capaz de distinguir si, el día en que se fue (en el que coincidimos en el aeropuerto), el que se marchaba era el papa o el presidente de los Estados Unidos en su “Airforce One”. Desde el Evangelio, esto no se entiende.
Una de sus frases más destacadas por los medios fue “no se puede seguir a Cristo fuera de la Iglesia (católica)”.
Esta afirmación choca frontalmente con el Concilio Vaticano II y con las enseñanzas de Julio Lois (que desgraciadamente nos ha abandonado hace unos días), que afirmaban que ¡claro que fuera de la Iglesia está la salvación! Este pensamiento va en contra de la universalidad de la que Jesús hizo gala. Yo me atrevería a afirmar que la salvación está fuera de la Iglesia vaticana y que se halla allí dónde hombres y mujeres pobres luchan por su dignidad y sus derechos.
El 15-M cuenta con la simpatía de la mayoría de la sociedad española. ¿Cree que sucede igual, dentro de la Iglesia, con quienes cuestionan los planteamientos de la jerarquía?
En todos los años que llevo como cura he constatado que hay mucho miedo dentro de la Iglesia, que pesa mucho la tradición. Si algo estoy aprendiendo con mi asistencia a las asambleas populares (promovidas por el 15-M) es el acierto de ese discurso, que es el mismo de Jesús de Nazaret y que invita a dialogar, a mirarse a los ojos, a no tener miedo a los diferentes… El 15-M es una llamada a renovar nuestro cristianismo.
¿Y por qué hay tanto miedo?
Primero, porque nos han convencido sobre que el miedo es un valor importante para la confianza en Dios. Aunque Jesús lo dice muy claro: “No tengáis miedo”. El miedo es lo contrario a la fe. Y en la Iglesia, segundo, hay muchos curas, tal vez por la edad, que temen romper con lo institucional. En San Carlos [Borromeo] lo he aprendido: lo contrario a la fe no es el ateísmo sino el miedo. Es lo que impide que la vida fluya. No obstante, yo entiendo el miedo. También el que tiene Rouco o el de otra mucha gente.
¿Ha percibido rechazo del 15-M respecto a la gente que creemos?
Todo lo contrario. He sentido un respeto que, lamentablemente, no creo que exista igual a la inversa. Allí se respeta a las personas comprometidas con al ciudadanía sin preguntar el origen de esa acción. La diversidad de opiniones nunca es un factor fácil de manejar. En San Carlos las homilías participativas son complejas porque a veces te llega un desnortado, un loquillo o alguien que se siente poseedor absoluto de la verdad. Pero eso no deja de albergar una enorme riqueza. La mayoría de las comunidades cristianas y de las parroquias suelen estar encabezadas por quien “sabe mucho” y tiene el monopolio de la palabra. Deberíamos recuperar las experiencias asamblearias. En la Iglesia tenemos mucho que aprender del 15-M. En este punto no entiendo por qué la Iglesia institución ha perdido la oportunidad de valorar un fenómeno que ya ha marcado un antes y un después en la historia de este país.
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