"Queridos hermanos y hermanas: La catequesis de hoy está dedicada al salmo ciento veintiséis. Este canto nos habla de la alegría del pueblo ante la obra de Dios, que lo restaura después de un momento de crisis en el que ha vivido un profundo sentimiento de abandono. La restitución de la suerte de Sión, a la que alude este texto, se enmarca en el regreso a Jerusalén de los deportados en Babilonia, pero supera el mero recuerdo con un sentido teológico muy relevante, que podemos aplicar a nuestra propia historia de salvación. A saber, pese a las dificultades de la vida, debemos mantener la esperanza y la fe en Dios.
Él se nos manifestará y nuestra alegría será desbordante; nos parecerá soñar, como dice el autor sagrado. La segunda parte del salmo retoma estas ideas con unas imágenes muy sugestivas. Los torrentes del Negheb son símbolo del obrar divino que, arrollador, es capaz de llenar de vida un desierto árido y pedregoso, convirtiéndolo en un prado verde y florido.
Nuestra actitud ante su obra salvífica debe ser la del sembrador, que confiado esparce la semilla, a veces entre lágrimas, esperando que dé fruto. El sinsabor de la paciente espera se verá recompensado, con suma generosidad, por el prodigio obrado por Dios, trasformando el llanto en exultante alegría. La imagen evangélica del grano de trigo que muere para poder dar fruto, referida a Cristo, ilumina y da plenitud este salmo.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a las Hermanas de la Sagrada Familia de Urgell, que celebran con gozo la reciente beatificación de su Fundadora, la Madre Anna María Janer, así como a los demás grupos provenientes de España, Argentina, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, México y otros países latinoamericanos. Que Dios os acompañe y llene siempre vuestra vida de alegría y paz. Muchas gracias."
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