DIOS, AMOR Y VIDA
Por José María Maruri, SJ
1.- Aquel pobre anciano mira al cielo tachonado de millones de estrellas. Mientras que a sus pies una brisa suave mueve infinitos granos de arena del desierto. Estrellas y arena son símbolos de los descendientes sin límites de Abrahán.
Abrahán se aferra con desesperada esperanza a la promesa de su buen Dios, de que en Isaac su descendencia se multiplicará para siempre. El viejo nómada nunca pensó que su Dios, creador de estrellas y arenas, era como los de otras tribus, que exigen el sacrificio del primogénito. No puede creerlo, ni puede ser porque Dios se contradice entre su mandato y su promesa... por eso Dios proveerá...
Y su Dios le sale al paso y se muestra como Dios de vida, capaz de dar a la vida tal fuerza, que la muerte desaparece y es absorbida `por la vida. Isaac sin morir vive.
2.- Tan absurdo como para Abrahán iba a ser para los discípulos de Jesús creer en un Jesús Mesías, por tanto, liberador de su pueblo y encontrarse con un Jesús perseguido, condenado y muerto por las mismas autoridades representantes de Dios. Y no menos absurdo les iba a aparecer un Mesías resucitado de entre los muertos...”que es eso de resucitado de entre los muertos”, se preguntarían.
Y Jesús les hace subir a un monte (como Abrahán) punto de encuentro entre Dios y los hombres, por eso hay montes sagrados, como el Fuji, en Japón. Y allí, el mismo Dios de Abrahán les hace experimentar que lo que ellos llaman sufrimiento y muerte queda absorbido en una vida nueva, plena, gloriosa, cegadora de luz.
3.- A todos nosotros nos cuesta admitir “que si el grano de trigo no cae en tierra y no muere no lleva fruto”. Más pleno de vida es el sencillo grano de trigo castellano, que desde hace miles de años va cayendo al surco, muere y se multiplica, que aquellos granos faraónicos encontrados en preciosas arcas en las tumbas de Egipto, que han sido estériles miles y miles de años, porque no supieron morir.
Nuestra vida está llena de pequeñas muertes. Todo lo que emprendemos nos cuesta, se lleva energía de nosotros, todo requiere un tiempo de gestación molesto, duro, pero que acaba en el magnífico resultado de una nueva vida, como el niño recién nacido. Sin esfuerzo no conseguimos nada. Cruzarse de brazos para no molestarse o procurarse un nirvana es negarse a la vida.
Para el cristiano esa misma muerte considerada como acto final de la vida, no es muerte “es transformación”, “nuestra vida no se acaba se transforma” como el gusano de seda en mariposa.
--La muerte no es más que un dintel de una puerta que une dos vidas.
--Es el traqueteo del tren al entrar en agujas en la estación final.
--Es el despegue, siempre peligroso, del avión, camino del cielo.
El peregrinar del hombre es camino de vida a vida, porque desde que comenzamos a existir, el ángulo de nuestra vida ha quedado abierto para prolongarse sin fin por toda la eternidad.
4.- ¿Quién ha sido capaz de unir muerte y vida de forma que la muerte se convierta en camino de vida hacia una vida infinitamente mejor? El amor. Que, hasta entre hombres, el amor no es solo hasta la muerte, si no hasta la plenitud de la vida en común, porque pobre sería el amor que acabase con la muerte de una de las partes. El amor no se deja limitar.
Dios. –que es amor y por eso mismo vida—ha sabido convertir la muerte de su Hijo en vida para Él y para todos nosotros, tan fuerte y eficaz, que esa vida ha absorbido para siempre la muerte.
Vamos a pedir al Señor que nos haga mirar las pequeñas y grandes muertes de nuestro quehacer diario, como llenas de vida plena que nos llevan siempre a una vida mejor.
Betania
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