¿A DÓNDE NOS LLEVA?
Por Javier Leoz
En algunos cristianos, sobre todo los más veteranos, hay un intento de mirar hacia atrás y pensar que –cualquier tiempo pasado- fue mejor que el presente para la fe cristiana. ¿Es así? ¿De verdad creemos que, ir revestidos y aupados de la mano de Dios, ha sido fácil en épocas diferentes a las nuestra?
1.- Seguimos avanzando en la cuaresma y vamos camino de la Pascua. Alcanzar a Jesús nos hace encontrarnos con una realidad: la cruz. En ella, el Señor, nos da la máxima expresión de su amor hacia nosotros. En ella, en la cruz, comprendemos que Dios, además de hablar, escribe, sella, garantiza y consagra con sangre una palabra: AMOR.
Como Pedro también nosotros quisiéramos quedarnos en las nubes. En lo más alto de nuestras cumbres. En lo idílico de nuestra fe. En cuántos momentos, disfrutando de unos ejercicios espirituales, de unas merecidas vacaciones, de una luna de miel o de un viaje a un paraje desconocido, quisiéramos quedarnos definitivamente ahí, para siempre. Pero las obligaciones, entre otras cosas, reclaman nuestra vuelta, nuestro compromiso, nuestro pisar el suelo con realismo.
2.- No nos gustan las despedidas y sobre todo si son adioses de buenos amigos. Y menos todavía si el “hasta pronto” está impregnado de dolor o de enfermedad. A los discípulos que habían escalado al Tabor con Jesús se les hacía inhumano el escuchar aquellas premoniciones de Jesús. Hubieran prefiero permanecer definitivamente en la cumbre de aquel monte, antes que hacer frente al trago amargo de lo que les aguardaba en Jerusalén.
¿A dónde nos lleva el seguimiento a Jesús? En principio a asumir una posibilidad: creer y esperar en Él es sinónimo de incomprensión y de cruz. Cada cinco minutos, en el mundo, hay un mártir cristiano.
¿Por qué la presencia del sufrimiento en Aquel que ya nos los da todo en palabras y obras? Ni más ni menos para que entendamos que, su amor, es entrega de muchos quilates. No es un amor de segunda o de tercera división. Su rescate de la humanidad lo exige todo y, con su ascenso al calvario, lo demuestra todo: detrás de la cruz vendrá la gloria. La gran elocuencia de Jesús fue esa: decirlo todo desde la cruz.
3.- Acostumbrados a nuestros momentos de gloria personal o comunitaria, este segundo domingo de cuaresma nos presenta la dureza de una vida auténticamente evangélica: ser de Cristo implica acompañar e identificarse con Cristo para ganar la vida eterna.
¿Cuál es el anti-Tabor al cual nos enfrentamos todos los días? El mundo que nos rodea nos presenta autopistas para ir al encuentro de la felicidad y, por el contrario, nos esconde o silencia aquellas páginas que nos empujen a pensar en la muerte o en la penitencia. Raro es sentarse delante de un televisor y contemplar un programa que enaltezca el sacrificio como norma de vida, la penitencia como oxigenación del cuerpo o el ayuno como medida terapéutica para alcanzar un equilibrio personal. Lo más fácil, lo políticamente correcto, es huir de todo lo que suene a negación personal, de todo aquello que no nos favorezca personalmente.
--Hoy en esta Eucaristía decimos: ¡Qué bien se está aquí, Señor!
--Hoy, al escuchar la Palabra de Dios, exclamamos: ¡Qué bien nos vienen tus indicaciones, Señor!
--Hoy, al entrar en este recinto sagrado, reafirmamos nuestra fe: ¡Nada ni nadie como Dios!
Sigamos caminando hacia la Pascua. Tengamos fe en Jesús y, Él que es la Vida, nos abrirá el entendimiento y nuestro futuro a la Resurrección.
4.- SUBIRÉ CONTIGO, SEÑOR
Quiero, hoy más que nunca,
gustar y saber, vivir y contemplar
lo qué es un momento de gloria divina,
un resplandor del cielo.
Y, porque vivo en el barro y sin mirar a lo alto,
quiero subir contigo, Señor
y comprender que no existe auténtica entrega
si, de antemano, no es fecundada con el sacrificio.
Quiero, hoy y siempre,
ascender contigo a ese lugar
que el mundo me evita y hasta me oculta:
el monte del sufrimiento
la cumbre del esfuerzo personal
la altura de miras cuando, al seguirte,
se convierte lo grande en pequeño y, lo pequeño,
como un anticipo de la gloria que me espera.
¿Me ayudarás, Señor?
Ni mi hombro está preparado
para llevar el grueso madero de una cruz
ni, mis oídos, se encuentran dispuestos
a escuchar más golpes de martillo sobre clavos.
¿Me ayudarás, Señor?
Mira que, mis pies acostumbrados a lo bueno
prefieren ir por caminos de comodidad
por sendas que se alejen de las dificultades
por atajos que eviten el sudor o el llanto.
SUBIRÉ CONTIGO, SEÑOR
Al Tabor de mis días.
A ese lugar en el que con tu Palabra
me abres horizontes de perdón y de vida
A esa montaña en la que Dios
me hace sentirme querido, tocado,
amado, agraciado y premiado con su presencia.
SUBIRE CONTIGO, SEÑOR
Haz que tu resplandor
inunde mi vida con una nueva luz
Haz que tú presencia
me haga fuerte en la tribulación
Haz que al adorarte, siempre y en todo momento,
sea causa de fortaleza
para avanzar hacia la Patria Eterna.
Amén.
Betania
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