Friday, April 12, 2013

El Bergoglio que yo conocí y que salvó a varios jesuitas uruguayos por Jorge Scuro



"¿Que querés que haga?", le dijo a Jorge Scuro y llamó al Padre Arrupe


"Es una permanente elección del mal menor 

en pleno frente de batalla"


(Jorge Scuro).- Conocí a Jorge Mario Bergoglio en febrero de 1966, estábamos en la década de los veinte años de edad. Él cursaba la licenciatura de Teología y yo Filosofía en el Colegio Máximo de San Miguel (Bs.As.) Además de la convivencia en la misma casa religiosa se dio un particular vínculo, pues él era adjunto en la cátedra de Metodología científica que cursé en ese año. En ese tiempo me delegó tareas de especial interés para mi, por lo tanto nuestra relación pasó a ser muy frecuente.
En diciembre de 1969 fue ordenado sacerdote. Unos años después fue designadoProvincial de la Provincia Argentina, es decir superior regional para la Argentina. Yo pertenecía a la Provincia Uruguaya, en aquel momento independiente, hoy anexada a la argentina.
Un hecho circunstancial hizo que volviéramos a encontrarnos. El viernes santo de 1975 fue detenido (raptado) por las Fuerzas Conjuntas uruguayas el Padre Provincial de Uruguay, Carlos Meharu quien celebraba la liturgia de ese día, alrededor de las 20 hs en la Comunidad Cabré de los Jesuitas, en la calle Soriano y Ejido. Estaban, también -Perico- Perez Aguire, cinco jesuitas más y treinta jóvenes laicos. Estaba invitado a participar pero opté por ir a la liturgia del Colegio Seminario a una cuadra de allí.
Eran las cinco y media de la madrugada del sábado santo cuando me despierta un teléfono era Jorge, un compañero jesuita. (Yo vivía en la Comunidad Pedro Fabro, el CIAS, en la calle Agraciada) Me dice que Carlitos, el padre provincial, no había ido a dormir esa noche a su casa de Larrañaga y Caigüa. Esta comunicación ahora puede sorprender al lector. Pero recordemos que estábamos en plena dictadura y un cambio no avisado de rutinas podía ser indicio de cualquier cosa.
Inmediatamente me dirigí al Colegio Seminario. La casa principal y referente de los jesuitas en Uruguay. Allí me encuentro con Pablo, otro compañero, madrugador vocacional quien me entera de lo sucedido en la noche anterior y me dice que están en la Jefatura de Policía. Camino-corro esas cuadras, confirmo la noticia, cruzo al bar de enfrente y acarreo más de cuarenta milanesas al pan. "Atendamos primero el cuerpo" pensé. Luego llevamos unas frazadas.
Y ahora ¿ qué hacemos?. Quien podía tomar decisiones estaba preso, el "socio" o sea el nº 2 Padre Miguel Artola estaba en Colombia. El "consultor" más antiguo Padre Andrés Assandri estaba en Colonia del Sacramento. El Rector de la Comunidad más importante, Luis del Castillo estaba en Río de Janeiro. ¿Entonces? ¿Quien nos quedaba a mano para encarar un plan de acción?: el Secretario, Padre Sancho hombre mayor que quedó abatatado con la noticia. Nos miramos con Pablo constatando que estábamos solos.
En busca de auxilio
Necesitábamos un interlocutor de absoluta confianza y a la mano. Se nos ocurre llamar aMons. Carlos Mullin, jesuita, obispo de Minas. Sabíamos que tenía contactos con algunos gobernantes. Llegó esa misma tarde. Fue una buena elección pues los dos teníamos buen relacionamiento con él y su gesto paternal nos dio algo de calma.
Enseguida llamó al Presidente la República, Juan María Bordaberry: le contestan que estaba en su estancia de Durazno. Llama al Ministro del Interior: estaba en la semana de la cerveza en Paysandú. Llama al General Goyo Alvarez, estaba en la semana de Lavalleja en Minas. No se podía creer. Llegué a pensar que si Dios Padre llegara al Uruguay durante una santa y criolla semana de turismo tendría que recorrer las rutas de la Patria montado en bicicleta para encontrar a alguno de sus fieles.
El paciente y tenaz Mons. Carlos Mullin, a quien no vi retroceder ante ninguna adversidad en varios años que conviví con él, se atrevió a jugar su última carta. Llamó alComandante en Jefe de las FF.AA. y éste sí contesta. Monseñor saluda y rápidamente le dice que ponga en libertad, ya, al Padre Provincial a todos los jesuitas y laicos que tenían presos. El general contesta:"Lo llamo en 10 minutos, déjeme averiguar de qué se trata".
Al rato suena el teléfono: "No pueden ser liberados pues pasarán el lunes a la justicia militar." "¡De ningún modo"! fue la respuesta. "Si no los libera mañana, Domingo de Pascua, con las Iglesias repletas hago leer un comunicado del Episcopado entablando juicio eclesiástico al Estado uruguayo".
Yo pensaba que esta escena surrealista sólo podía darse entre Mons. Mullin y el Gral. Vadora. La respuesta del general fue que no podía hacer eso pues él pondría soldados en las puertas de todas las iglesias, capillas de la República. La respuesta de Mons. fue fulminante, "Ud. no tiene FUERZA para hacer eso pues no puede controlar todos esos lugares entre las seis de la mañana y las 21 horas."
En el correr del domingo saldrían libres los laicos más jóvenes. En cuanto a los jesuitas, el martes podrían ser liberados quienes no tuvieran "antecedentes" Se trataba de Perico y Carlitos.
Aquello no terminaría fácilmente. Había que hacer algo más fuerte.
El domingo de la Pascua de Resurrección fui a las cinco y veinte de la madrugada al Aeropuerto pues sabía que había un vuelo a Buenos Aires. En esa época había vuelos con aviones pequeños de cuatro compañías con frecuencias de unos 45 minutos. En ese primer vuelo matutino ya habíamos sacado en anteriores oportunidades a algún compañero perseguido. Me arriesgué a probar suerte.
Encuentro en Baires con Bergoglio
Iba a Buenos Aires a encontrarme con mi amigo Jorge Mario Bergoglio. Estaba seguro que me ayudaría, él era el provincial argentino. Nos encontramos en un bar en Corrientes y Callao. Llegó a la hora establecida. Le conté y me preguntó sin indagar "¿qué querés que haga? - "¡Quiero hablar con el Padre Arrupe!" Le dije. (Era nuestro Padre General, en Roma, le dicen el Papa Negro)
Sin más me dijo "vamos". "Esperame en la puerta del Salvador, necesito conseguir un auto". Cuando llega subo y ya en marcha se saca el cuello romano, lo guarda en la guantera. Empieza a dar vueltas por Buenos Aires, ninguna telefónica le servía. "Nadie tiene que reconocerme"
Terminamos en Avellaneda en una casucha telefónica. En la cabina disca y habla directamente con el General. El alma me estaba volviendo al cuerpo. Le explica muy breve y me pasa el teléfono. Me presento, ¡no podía creerlo se acordaba de mí! Hacía unos meses habíamos conversado en Roma. (Éramos unos treinta y seis mil jesuitas en el mundo).
"Dígame que puedo hacer por Ud." "Necesitamos que haga llegar unos telegramas de la Santa Sede a Montevideo" "Espera que cojo un lápiz" Le dí los nombres del Presidente de la República, del ministro del Interior, del sub secretario, del ministro de Defensa, del Comandante en Jefe de las FF.AA. y del Sr. Nuncio Apostólico.
Le agradecí a Jorge Mario y tarde en la noche regresé a Montevideo. Al día siguiente, lunes, antes de las siete y treinta ya estaba en el Seminario dedicado a mis tareas, como si nada hubiese sucedido. Al rato me entero que TODOS los telegramas habían llegado y que el gobierno era un aquelarre. Antes del medio día liberaron a los jesuitas, menos a Perico y Carlitos. Insistían en pasarlos a la justicia militar. Los liberaron a los dos el martes.
"Las puertas de la celda se abrieron de golpe y a todos se les soltaron las cadenas." Hch.16,26
Ese mismo día se me presenta en la portería del Colegio un conocido policía quien en varias oportunidades me había dejado en claro que nos seguía permanentemente a un grupo de jesuitas, curas, comunistas y "encubiertos" Sentí que se me habría la tierra bajo los pies. Me habría descubierto.
Para mi asombro me venía a preguntar cómo había hecho la Compañía de Jesús para comunicarse tan rápidamente con la Santa Sede y lograr semejante efectividad. Poniendo mi mejor cara de pocker le dije que no tenía ni idea, que yo era un simple pinche y no podía darle ninguna pista. Insistió, insistió. Amenazó, pero optó por irse.
Con el ex-jesuita Orlando Yorio

Años después, 1997, no siendo ya jesuita, me viene a ver de improviso el Viceprovincial argentino, Juan Luis Moyano, compañero de generación durante muchos años y entrañable amigo, me pide que reciba a Orlando Yorio. Orlando (que ya no era jesuita, estaba en el clero secular) había sido agredido para matarlo y por error muere su teniente cura, un recién ordenado sacerdote del clero secular. La dictadura militar había terminado. ¿Quiénes fueron los asesinos agresores?.
Juan Luis actuó con rapidez, pensó que no se podían hacer consultas al Arzobispo de Montevideo o al Provincial pues el trámite podía, aunque fuera expeditivo, enlentecer fatalmente el traslado que ya se estaba haciendo.
Sin pestañar le dije que SI. A las horas Orlando estaba en casa. Provisoriamente se lo instaló en una casita en la Costa de Oro. Le pedí a un cura amigazo, con quien hicimos los cuatro años de teología, que le consiguiera una capilla para que desarrollara su tarea pastoral.
Con esto encaminado informé al Padre Provincial. Luego a Mons. Gottardi para pedirle su bendición o beneplácito. Aquello fue increíble, ver para creer, Mons Gottardi me escuchó, pensó y me dijo: "Muy bien". Comenta distintas posibilidades y quedamos en que me avisaría la resolución.
Días después le ofreció la parroquia de Avda. Italia, Sta. Bernardita. El querido y ya muy debilitado Orlando se emocionó al conocer su nuevo destino......En esta estadía recordamos viejos tiempos en el Máximo y conversamos mucho. Murió tres años.

Con algunos amigos, jesuitas y ex jesuitas de la era de plomo, aún hoy nos seguimos reuniendo e intercambiamos reflexiones.
El padre Yalics optó por irse a Europa siguiendo la invitación del Padre General. Nunca le escuché una sola palabra de reproche ni resentimiento en privado o en público, en confianza podría haberlo hecho. Era el director espiritual de nuestra comunidad jesuita en San Miguel, donde, en otra comunidad vivía Jorge Mario con quien nos veíamos permanentemente por tareas en común. 

Vengo haciendo una remoción de escombros interiores desde el anuncio de Francisco. Me conmueve mucho. Tener responsabilidades institucionales y sobre personas es terrible. Es una permanente elección del mal menor en pleno frente de batalla. No son disquisiciones en escritorio confortable. Hay quienes hacen gárgaras con los dolores ajenos. Que se animen a presentar pruebas y no suspicacias.
Puedo agregar muchas cosas más, pero me quedé sin espacio. Detrás de las anécdotas quedan las opciones profundas que se jugaban y se siguen jugando para el actual papa Francisco y para cada uno de nosotros.
Lo que sigue ahora es retomar la nueva evangelización. La Iglesia es santa y pecadora.

Lic.Jorge Scuro
jscuro@adinet.com.uy
Licenciado en Historia 
Licenciado en Filosofía 
Licenciado en Teología
Ex Director General del Colegio Jesús María -Carrasco-

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