Monday, July 22, 2013

¿Woodstock católico o fiesta de la fe?


JMJ: Objetivo, reconquistar a los jóvenes


En Rio, Francisco y su primavera les 

seguirá cautivando y enviando a las 

“periferias existenciales”


De pequeña fiesta creyente a gran encuentro planetario. La Jornada Mundial de la Juventud, que comenzó en 1986 en Roma, ha ido creciendo como un gigante, para convertirse en una especie de“Woodstock católico”, para unos, y en “multitudinaria fiesta de la fe”, para otros. Siempre en vilo, entre lo humano y lo divino, entre Dios y la ‘rave party’, entre la espectacularización de la fe y el encuentro íntimo con Cristo.
Un riesgo del que advertía, hace ya unos años, el cardenal hondureño, Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga: “La JMJ no es un Woodstock católico sin droga sin alcohol, como algunos dicen, sino un testimonio del Espíritu Santo.
Más recientemente, L’Osservatore romano, el periódico del Papa volvía a hacerse eco del peligro en uno de sus artículos en el que decía: “No es la primera vez que la JMJ se degrada a una especie de Woodstock católica, como lo notó con pena, precisamente en estas columnas, monseñor Miguel Delgado Galindo, subsecretario del Consejo pontificio para los laicos”.
La evolución de la JMJ
Las JMJ fueron concebidas por Juan Pablo II como un peregrinaje de jóvenes de todo el mundo que se reúnen en torno a la figura del Papa para rezar, compartir su fe y “experimentar el amor de Dios”. De hecho, en marzo de 1985, el papa Wojtyla dedicó una Carta Apostólica a los jóvenes y, meses después, el 20 de diciembre de 1985, anunció la creación de la Jornada Mundial de la Juventud.
La primera tuvo lugar en Roma, el 23 de marzo de 1986, pero se celebró sólo a nivel diocesano. El estreno verdaderamente internacional de las JMJ fue en Buenos Aires, los días 11 y 12 de abril de 1987. Con un millón de jóvenes y el Papa Wojtyla arengando a los que ya se comenzaba a conocer como los “Papa boys”: “Sois la esperanza del Papa y de la Iglesia”.
La siguiente se celebró en Santiago de Compostela, con Rouco Varela como arzobispo de la sede gallega. Fue allí donde la JMJ comenzó a brillar. Por el número de peregrinos congregados, unos 500.000 (una cifra récord en la secularizada Europa), y porque, además, pasó de dos a cinco días y se celebró del 15 al 20 de agosto de 1989.
La JMJ de 1991 se celebró en Czestochowa (Polonia), la patria de Juan Pablo II. Una jornada muy emotiva para el Papa polaco, artífice de la caída del Muro y del derrumbe de los regímenes comunistas.
En 1993, la JMJ se celebró en Denver (USA) y en 1995 saltó a Asia y convirtió a la JMJ de Manila en la más multitudinaria hasta ahora, con 4 millones de jóvenes congregados.
La JMJ de 1997 se celebró en París y, por vez primera, se adoptó el via crucis como una de las actividades centrales. La siguiente fue programada para que coincidiese en Roma con el jubileo del año 2000. La del 2002 se celebró en Toronto (Canadá) y fue la última a la que asistió Juan Pablo II.
La de Colonia de 2005 fue la primera presidida por Benedicto XVI, que también asistió a la de Sídney en 2008 y a la apoteósica de Madrid, en 2011, con unos dos millones de “Papa boys”, que llenaron de colorido las calles de la capital y la enorme explanada de Cuatro Vientos. Y la próxima, en Rio.
Objetivo: reconquistar a los jóvenes
Una iglesia envejecida, sobre todo en la secularizada Europa, se propuso, de la mano del Papa Wojtyla, recuperar a la juventud para la causa de Cristo. Ése ha sido siempre el principal objetivo. Y para conseguirlo se mezcló, con esa sabiduría que sólo tiene una institución bimilenaria como la católica, la fiesta y la oración, lo sacro y lo profano. Una combinación atinada de tradición (misa via crucis, confesión, hora santa, vigilias de oración) con todos los recursos del espectáculo moderno: conciertos, obras de teatro, escenificaciones y hasta flashmob.
Los jóvenes, siempre ansiosos por viajar y conocer mundo, se encuentran con compañeros de otras latitudes, razas y culturas y, unidos, comparten el regalo de la fe, que es lo que más los unes por encima de cualquier otra diferencia. Y, al hacerlo, se robustecen y afianzan en su ser creyente. Y sienten el orgullo de la fe compartida.
En Rio, Francisco y su primavera les seguirá cautivando y enviando a las “periferias existenciales”, para dar testimonio sencillo y cercano de un Dios de la esperanza y de una Iglesia samaritana y misericordiosa, siempre atenta a los más pobres. De Rio al cielo.

RD

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