Disciplina y estudio; fue aquí en donde se formaron los hermanos Castro. Raúl podría volver a abrirlo
PAOLO MASTROLILLIENVIADO A LA HABANAA Fidel lo llamaban «bola de churre», porque se dejaba distraer por demasiadas cosas y nunca tenía tiempo para estar bien limpio. A Raúl, en cambio, le decían «la pulguita», no tanto por las dimensiones del cuerpo, sino porque siempre estaba pegado a su hermano. Pero lo que sorprende es que estas historias ya nadie las oculta en Santiago, la «ciudad rebelde siempre» en donde comenzó todo y en la que todo podría llegar a su fin, en un círculo que gira alrededor del Colegio de Nuestra Señora de los Dolores, el colegio jesuita en donde crecieron los hermanos Castro.
Pegado como una pulga
Ángel, el padre, era un terrateniente rico pero un poco rudo, y, para que sus hijos pudieran entrar a la alta sociedad de Santiago, eligió la escuela más prestigiosa, la que había formado a la élite cubana. Los jesuitas la fundaron en 1913 y sus alumnos, como los miembros de un club reservado, se llamaban «dolorinos». Fidel entró en 1938; él y sus hermanos (Ramón, el mayor, y Raúl, el menor) eran de los alumnos más privilegiados que vivían en el colegio. Hablando con fray Betto, el mismo Líder máximo no ocultó su deuda ni su admiración: «Era una escuela de gente más rigurosa, preparada, con vocación religiosa muy fuerte. En realidad, eran personas con mayor dedicación, capacidad y disciplina, incomparablemente superiores. En mi opinión, era la escuela a la que tenía que ir».
Fidel, según la reconstrucción de Patrick Symmes en el libro «The Boys From Dolores», no era el primero de la clase. José Antonio Cubenas, hijo de otra familia acomodada de Santiago y su rival en todo, tenía mejores calificaciones. Pero era el segundo de la clase, y nunca dejaba pasar la ocasión para leer un libro de más. Exuberante, sí, pero nunca flojo. Es más, sus enemigos como Cubenas (que se exilió en Nueva York y cada año se reúne en Miami con los «dolorinos» que siguen vivos») se quejaban porque los jesuitas le habían enseñado demasiado bien la disciplina militar, que después habría usado para vencer la revolución. Fidel era voraz: estudiaba, leía, organizaba, arbitraba y comentaba los partidos de baseball, siempre llevaba la bandera del colegio en las excursiones que adoraba por la cercana Sierra Maestra, en donde habría establecido su guerrilla años más tarde. Una vez escribió al presidente Roosevelt para felicitarlo por la reelección: «My good friend Roosevelt, I don’t know very English, but I know as much as to write to you». La Casa Blanca le respondió, pero sin enviarle el billete de 10 dólares que Fidel había pedido, cosa que lo enfadó bastante. Por lo demás, Fidel, sugestionado por el padre que había sido soldado, estaba del lado de los españoles en la guerra contra Estados Unidos, leía los discursos de Mussolini y, cuando Hitler invadió Polonia, celebró de esta manera: «No queda ni un avión polaco. Es nuestra primera victoria».
Fue justamente una pelea con Cubenas la que acabó con esta historia. Fidel había golpeado involuntariamente a un chico con el bat de baseball, José Antonio lo desafió y, cuando el padre Sanchez los separó, Castro se las estaba viendo muy difíciles por primera vez en su vida. Así, para que le dieran el diploma, tuvo que irse a otro colegio jesuita, el Belén en La Habana.
Solidaridad jesuita
Pero el vínculo nunca se quebró. Después del asalto al cuartel Moncada, a 850 metros del Colegio de Dolores, en donde el 26 de julio de 1953 Fidel llevó a cabo su primer intento revolucionario, fue justamente gracias a la intercesión del rector de su ex-escuela que los militares de Batista se comprometieron a capturarlo vivo y a procesarlo: «Condenadme, no importa -dijo él-, la historia me absolverá». En noviembre de 1958, cuando volvió a la Sierra Maestra para organizar la guerrilla, un maestro del colegio, el padre Guzmán, fue a buscarlo, aunque los padres de los alumnos se quejaran porque no querían un profesor comunista.
Una mañana de febrero de 1961, la campana del Colegio de Dolores sonó como nunca lo había hecho. Cuando los estudiantes se reunieron en el patio, el Padre Prefecto pronunció un discurso de cinco palabras: «¡Váyanse todos a casa, ahora!». Poco tiempo después llegaron los guardias, registraron el edificio y pusieron candados. El 17 de septiembre del mismo año, con el pretexto de una balacera (que se verificó durante la procesión de la Virgen de la Caridad de El Cobre), todos los jesuitas no cubanos fueron embarcados en la nave Covadonga y expulsados del país. «Esto -escribió Symmes- era parte de ser jesuitas. Pero la historia ha enseñado que un día habrían vuelto a Cuba».
Ahora, en el magnífico edificio gris del Colegio (de tres pisos, con arcos y bóvedas, de estilo colonial) hay una escuela que prepara a los estudiantes para que se presenten a los exámenes de la universidad. En lugar de dedicarla a un héroe de la revolución, la dedicaron a Rafael Mendive, filántropo del siglo XIX, amigo del padre Félix Varela y profesor del padre de la independencia cubana José Martí. La inauguró, después de la restauración del complejo, Ramón Castro.
María, la señora que está en la entrada de la escuela, me lleva con orgullo a la «sala histórica», en donde están colgadas las fotos de Fidel, Raúl y Ramón en uniforme; Fidel en la banda del Colegio, Fidel que levanta sonriente el banderín «Dolores». «Ahora que viene el Papa -dice María- va a haber miles de personas en la plaza. Santiago está llena de católicos, incluso en esta escuela. La revolución está bien, pero la fe es otra cosa. No están en contradicción».
Volver a abrir las escuelas
Este es también uno de los motivos del viaje de Francisco a Cuba. Las escuelas católicas han vuelto a funcionar en Cuba, pero son toleradas, no reconocidas. Un estudiante que acaba la escuela es aceptado por las universidades del resto de América, pero no por las cubanas. El Pontífice pedirá que cambie esta situación, y que el papel de los católicos en la formación y la instrucción sea reconocido oficialmente. Tenía razón Symmes: regresan los jesuitas. Hoy, con el Papa. Y tal vez Graham Greene tuviera también razón al creer en el milagro del hombre condenado que vuelve a poner a Dios en la boca de los hombres; tal vez sean justamente los «dolorinos» Fidel y Raúl los que vuelvan a abrir las escuelas en las que aprendieron qué es un hombre.
Vatican Insider
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