El progreso, como tal, existe en ámbitos tales como la medicina, la tecnología, la comunicación, la arquitectura… pero se resiste el plano ético. O dicho de otro modo, no hay una correlación directa entre la mejora de las condiciones de vida y la vida ética de los individuos, de las personas concretas de carne y hueso. Sin embargo, en los últimos tiempos, y a rebufo del exponencial desarrollo tecnológico, surge una propuesta conocida como transhumanismo (o posthumanismo, no siendo sinónimos exactamente).
Retomo este asunto porque una filósofa de la categoría de Adela Cortina se hace eco de él en su último libro Aporofobia, el rechazo al pobre. En concreto, en el capítulo sexto de esta obra cuestiona el planteamiento de la biomejora moral, como una propuesta que entraría dentro de los melioristas, no sin antes destacar sus cualidades en el terreno del análisis. Sin lugar a dudas, el principio moral que rige este planteamiento es la obligación moral de buscar siempre el progreso de la humanidad. Tomado -lo digo yo, no Adela Cortina- con tanta radicalidad que en su perspectiva el fin justifica los medios.
- El planteamiento transhumanista ve en la tecnología la superación de lo natural humano, considerado a grandes rasgos una fuente de equívocos y maldades. Las máquinas no sólo son más eficaces y eficientes que los seres humanos, de tal modo que puedan sustituirlos en el ámbito laboral, sino también serían igualmente mejores en el plano humano. De tal modo que pueden igualmente sustituirlos, y no sólo colaborar con ellos, en esa dimensión humana. Calculan mejor, analizan mejor, valoran riesgos mejor y tienen mayor probabilidad de éxito. ¿Por qué no valerse de esta nueva capacidad para mejorar éticamente la población?
- Es loable e interesante el deseo que el transhumanismo tiene de mejorar la humanidad y el acierto al señalar la ética como cuestión decisiva, primera y sustancial. Ni la economía, ni la política siquiera, sino la primacía de la persona. Pero este deseo impaciente y precipitado cae fácilmente en la imprudencia, y el análisis se queda corto. Si para mejorar la humanidad la propuesta es eliminar algo esencial de ella, como su voluntad y toma de decisiones, ¿no es esto una especie de diluvio tecnológico? ¡Que quede el mejor para diseñar y controlar los chips!
- En el núcleo de la cuestión está, aunque Adela Cortina no lo analiza y se queda en el campo de las motivaciones humanas, ¿quién tiene capacidad para reconocer el bien y ponerlo en acción? Ya no sólo quién decide en qué chip y cómo qué es lo correcto, lo moralmente aceptable, sino el bien perfecto como tensión de lo más humano sobre sus propia existencia y circunstancias. La cuestión de si una máquina, con sus algoritmos pero carente de conciencia, puede acceder al bien es hoy por hoy una quimera, y probablemente un imposible por sí mismo. Si no puede acceder al bien, ¿cómo entonces puede dirigir la acción humana? ¿No se quedaría en el límite de lo correcto, de las reglas establecidas, quizá de la mera sugerencia pero nunca suplantado la libertad, con su grandeza y sus límites? ¿Es acaso separable la motivación (intención) de la acción tan radicalmente, como si del dualismo alma y cuerpo se tratara?
- ¿De quién es la responsabilidad en este caso? ¿De quién diseña y construye, estando claramente fuera del sistema Matrix diseñado? ¿De la máquina, de la “mejora”? ¿De la persona, que más que actuar padece la acción? Puesto que responsabilidad (y culpa), también la legislación entera universal y la moralidad como la entendemos, se asienta sobre la libertad, ¿sin libertad se caería en una especie de nada desde la que hacer surgir el todo, ordenado y sistemáticamente controlado por las máquinas?
- La propuesta del transhumanismo parte del más que conocido y sufrido, quizá no pensando suficientemente, pesimismo del siglo XX nacido de la barbarie de las guerras y la irreconciliable humanidad globalizada que viene después de ellas. El desprecio por lo natural humano es, a mi modo de ver, el presupuesto fundamental en el que sobreviven estas descabelladas propuestas. Y bien hace al preguntar Adela Cortina, al final del capítulo, si no cabe ningún otro camino para la mejora moral. O lo que es lo mismo, el lamento por la situación que ocupa la educación hoy, más preocupada de la eficiencia laboral que de dar solidez y fundamento a las personas, como futuros ciudadanos, y los pueblos.
Creo que, a pesar del auge en ciencia ficción y en diversos campos del saber humano de los ideales del transhumanismo, no hemos pensado con suficiente entereza lo que supone. Y, lo que es peor aún, hemos dejado de confiar en la humanidad necesitados de reposar la cabeza en casi cualquier cosa. ¡Que nos salven de nosotros mismos, como sea pero que nos salven!
José Fernando Juan
entreParéntesis
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