ACABO de recibir un bonito regalo. Se trata de las reflexiones, cálidas y hondas como siempre, de Leonardo Boff en su último cumpleaños: "Una relectura de mi vida a los 70 años" (Nueva Utopía 2009). En folleto de 30 páginas, podemos disfrutar, sobre todo los mayorcitos, la sugerente meditación del teólogo brasileño en vísperas de aniversario (nació un 14 de diciembre de 1938 en Concórdia, Santa Catarina (Brasil).
El 12 de diciembre subió a su "columna semanal" de los viernes un novedoso artículo: "Oficialmente anciano".
Evidentemente, se refería a las 70 velitas de su aniversario. En el cuadernillo que acabo de recibir así se define: "Soy un viejo, cristiano, franciscano, teólogo, hombre..."
Me gustaría detenerme en la primera declaración: SOY UN VIEJO”. Es muy entrañable el desarrollo de esta inicial entrega, que bajaré completa, aunque permitiéndome algún subrayado en negrita para una cómoda lectura.
"En primer lugar debo decir y reconocer que estoy viejo. Para los parámetros brasileños soy oficialmente viejo. No quiero, sin embargo, entender el ser viejo meramente según la óptica biológica. Es verdad que hay en el viejo una pérdida irrefrenable del capital vital y un lento colapso de los sentidos, pero la vejez es mucho más que su dimensión biológica. Es la última etapa de la vida, la oportunidad última que la vida nos ofrece para continuar creciendo, llegar a madurar y, por fin, acabar de nacer.
Si nos fijamos bien, comenzamos a nacer un día, pero todavía no hemos terminado de nacer porque aún no estamos acabados. Estamos siempre en la génesis de nosotros mismos, trabajando, sufriendo, alegrándonos, frustrándonos, estableciendo relaciones, amando y creando sentidos para nuestro corto paso por este pequeño planeta. Vamos naciendo lentamente, por etapas, hasta acabar de nacer.
La vejez es la última oportunidad de dar el toque final a la estatua que hemos ido tallando de nosotros mismos."
"La vejez tiene sus ventajas. No se necesita usar las máscaras que la vida impone en cada momento, pues la vida es como un teatro en el que cada cual está llamado a representar varios papeles. Uno viste la máscara de hombre, de fraile, de cura, de teólogo, de escritor, de conferenciante, de antiguo hincha del Canto do Rio y después del América y de no sé qué más. Ahora, como viejo, uno tiene el derecho y el privilegio de ser uno mismo y de librarse de las máscaras.
No es un momento fácil porque frecuentemente nos identificamos con las máscaras. Pero cuando desaparecen, irrumpe uno mismo en su identidad. Entonces surgen preguntas que asustan: A fin de cuentas, ¿quién eres tú? ¿Cuáles son tus sueños fundamentales? ¿Qué demonios te atormentan? ¿Cuál es tu lugar en el designio del Misterio?"
"En este momento dejamos atrás a nuestros compañeros. Estamos solos con nuestra soledad. Y ya no tiene sentido esconderse tras las máscaras y roles. "Ego factus sum quaestio magna", dice san Agustín: «me he vuelto la gran pregunta para mí mismo».
La vida en la vejez impone esta exigencia: que nos enfrentemos, con temor y temblor, a las preguntas últimas e inaplazables. Entonces es cuando podemos madurar, ganar gravedad y acabar de nacer. Es la oportunidad de volvemos sabios. Es iluso pensar que la sabiduría llega con los muchos años de la vejez. No es así. Es el espíritu, el coraje con el cual nos enfrentamos a estas cuestiones inevitables, lo que puede hacemos sabios. Entonces habremos concluido la tarea de nuestra vida. Salimos de escena. Entramos en el silencio. Morimos. Si no cargados de días, por lo menos cargados de experiencia y, tal vez, de sabiduría."
PREPARAR EL GRAN ENCUENTRO
"He llegado, pues, a esta última fase de la vida. No llegó mi padre, que murió a los 54 años, ni mi madre que falleció con 64, ni mi queridísima hermana Claudia, que se transfiguró a los 33 años. Yo llegué y esto es gracia de Dios.
Por eso, para atender a estas preguntas tendré que tomar tiempo, renunciar a tantas andanzas, hablar menos, meditar más y llevar adelante el viaje más largo de la vida, rumbo al propio corazón. Y preparar así el Gran Encuentro. Bajar como Cristo hasta el corazón del universo, allí donde el corazón de la piedra, el corazón de la flor, el corazón de todo lo viviente, el corazón del ser humano y el corazón del universo son un sólo corazón."
Y encontrar a Dios, el Corazón de corazones, la Fuente originaria de todo ser, de toda bondad, de todo amor, de toda ternura y de toda compasión.
Si ser viejo es poder vivenciar este proceso, entonces bienvenida sea la vejez, bendita sea la vejez. No es castigo, sino gracia sobre gracia. Ella nos permite experimentar lo que nos dice san Pablo: «En la medida en que decae el hombre exterior, se rejuvenece el hombre interior» (2Cor 4,16).
Por lo tanto, soy un viejo rumbo a la Fuente de la perenne juventud que es Dios."
Nicolás de la carrera
"Nido de poesía"
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