«La Civiltà Cattolica» publicó una larga entrevista con el cardenal arzobispo de Viena, dedicada por completo a los temas del Sínodo de la familia: «Deberíamos considerar» las convivencias «no solo desde el punto de vista de lo que falta, sino también desde el punto de vista de lo que es ya promesa, que ya está presente»
ANDREA TORNIELLICIUDAD DEL VATICANO«Deberíamos considerar las numerosas situaciones de convivencia no solo desde el punto de vista de lo que falta, sino también desde el punto de vista de lo que es ya promesa, que ya está presente», porque «siempre se puede aprender delos que viven en situaciones objetivamente irregulares». Lo importante es acompañar, estar cerca, como pastores. Es lo que afirmó el cardenal dominico Christoph Schönborn (alumno de Joseph Ratzinger, nombrado arzobispo de Viena y creado cardenal por san Juan Pablo II) en una larga entrevista que será publicada en el próximo número de «La Civiltà Cattolica», firmada por el director Antonio Spadaro.
«Hablamos todavía demasiado con una lengua hecha de conceptos vacuos», dijo el purpurado. «Demasiado a menudo, nosotros los teólogos y obispos, pastores y custodios de la doctrina, nos olvidamos de que la vida humana se desarrolla en las condiciones puestas por una sociedad: condiciones psicológicas, sociales, económicas, políticas, en un marco histórico. Esto, hasta ahora, ha faltado en el Sínodo… Me dejó un poco escandalizado -añadió- el hecho de que el en Sínodo hayamos hablado con muchas abstracciones sobre el matrimonio. Pocos, entre nosotros, hablaron sobre las condiciones reales de los jóvenes que se quieren casar. Nos quejamos de la realidad casi universal de las uniones de hecho, de muchos jóvenes y no tanto que conviven sin casarse por lo civil y mucho menos religiosamente; ¿estamos aquí para deplorar este fenómeno en lugar de preguntarnos qué ha cambiado en las condiciones de vida?».
Schönborn recuerda que en Austria, por ejemplo, «los jóvenes que conviven (y son la gran mayoría), si se casan, no son favorecidos por el fisco. Además su situación laboral muy a menudo es precaria y difícilmente pueden encontrar un trabajo estable y duradero, como sucedía con mi generación. ¿Cómo pretendemos que puedan construir una casa, fundar una familia, en estas condiciones? Volvemos a encontrar una situación social que era bastante frecuente en el siglo pasado, en la que muchos estaban excluidos del bien del matrimonio simplemente por su situación. No digo que lo que suceda esté bien, pero debemos tener una mirada atenta y compasiva sobre la realidad. Se corre el peligro de apuntar el dedo demasiado fácilmente contra el hedonismo y el individualismo de nuestra sociedad. Es más difícil observar tales realidades con atención».
En la entrevista, el cardenal vuelve a proponer, argumentándola, la clave de lectura que en la intervención que pronunció en el Sínodo de octubre de 2014 lo llevó a indicar la subsistencia de elementos de la Iglesia de Cristo también en las Iglesias no católicas, en relación con el matrimonio y con las situaciones «irregulares». «Puesto que el matrimonio es una Iglesia en pequeño, la familia como pequeña Iglesia, me parece legítimo establecer una analogía y decir que el sacramento del matrimonio se realiza plenamente en donde justamente está el sacramento entre un hombre y una mujer que viven en la fe, etcétera. Pero esto no impide que, fuera de esta realización plena del sacramento del matrimonio, haya elementos del matrimonio que son signos de espera, elementos positivos».
Por ello, explica el purpurado, «deberíamos considerar las numerosas situaciones de convivencia no solo desde el punto de vista de lo que falta, sino también desde el punto de vista de lo que es ya promesa, que ya está presente. Además, el Concilio añade que, aunque haya siempre una real santidad en la Iglesia, esta está hecha de pecadores y avanza a lo largo de un camino de conversión. Siempre necesita purificación. Un católico no puede situarse sobre un escalón más arriba con respecto a los demás. Hay santos en todas las Iglesias cristianas, e incluso en las demás religiones. Jesús dijo dos veces a algunos paganos, a una mujer y a un oficial romano: ‘Una fe así en Israel no la he encontrado’. Una verdadera fe, que Jesús encontró fuera del pueblo elegido».
Entonces, aunque frente a estas situaciones debamos decir: «‘No hay todavía una plena realidad del sacramento’», «¿quiénes somos nosotros para juzgar y decir que no existen en ellas elementos de verdad y de santificación? La Iglesia es un pueblo que Dios atrae hacia sí y en al que todos están llamados. El papel de la Iglesia es el de acompañar a cada uno en un crecimiento, en un camino. Como pastor, experimento esta alegría de estar en camino, entre los creyentes, pero también entre muchos no creyentes».
«Hay casos -explica Schönborn- en los que solo en una segunda, o incluso en una tercera unión, las personas descubren verdaderamente la fe. Conozco a una persona que vivió muy joven un matrimonio religiosos, aparentemente sin fe. Este fue un fracaso, al que siguieron un segundo y después incluso un tercer matrimonio civiles. Solo entonces, por primera vez, esta persona descubrió la fe y se hizo creyente. Entonces, no se trata de abandonar los criterios objetivos, sino que en el acompañamiento debo estar al lado de la persona en su camino».
Sobre la posibilidad de que los divorciados que se han vuelto a casar accedan a la comunión, el cardenal precisa: «Los criterios objetivos nos dicen claramente que cierta persona, todavía vinculada por un matrimonio sacramental, no puede participar plenamente en la vida sacramental de la Iglesia. Subjetivamente, ella vive esta situación como una conversión, como un verdadero descubrimiento en la propia vida, a tal punto que se podría decir, de alguna manera (de manera diferente pero análoga al privilegio paulino), que por el bien de la fe se puede dar un paso que va más allá de lo que objetivamente diría la regla. Creo que nos encontramos frente a un elemento que tendrá mucha importancia durante el próximo Sínodo. No oculto, al respecto, que me sorprendió cómo una forma de argumentar puramente formalista manejara el concepto del ‘intrinsece malum’ (acto intrínsecamente malo, ndr.)».
Según el cardenal, al concentrarse solo en el acto «intrínsecamente malo», en este caso la segunda unión, «se pierde toda la riqueza, es más, casi la belleza de una articulación moral, que resulta inevitablemente aniquilada. No solo se vuelve unívoco el análisis moral de las situaciones, sino que se queda fuera de una visión global sobre las consecuencias dramáticas de los divorcios: los efectos económicos, pedagógicos, psicológicos, etc. Esto es cierto en todo lo que toca los temas del matrimonio y de la familia. La obsesión del ‘intrinsece malum’ empobreció tanto el debate que nos privamos de un largo abanico de argumentos a favor de la unicidad, de la indisolubilidad, de la apertura a la vida, del fundamento humano de la doctrina de la Iglesia. Hemos perdido el gusto de un discurso sobre estas realidades humanas».
Schönborn recuerda una propuesta de peregrinaje para las familias, en el que los organizadores querían invitar exclusivamente a parejas que practican el control natural de los nacimientos. «Durante un encuentro de la Conferencia Episcopal, les preguntamos cómo le hacían: ‘¿Seleccionan solo a los que practican al 100%, al n%; cómo le hacen?’. De estas expresiones un poco caricaturales nos damos cuenta de que, si se vive la familia cristiana desde esta óptica, nos volvemos inevitablemente sectarios. Un mundo a parte. Si buscamos seguridades, no somos cristianos, ¡nos concentramos solo en nosotros mismos!».
Vatican Insider
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