Sunday, June 07, 2009

LECTURAS SANTÍSIMA TRINIDAD

DEUTERONOMIO 4, 32-40

Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿Hubo jamás desde un extremo a otro del cielo palabra tan grande como ésta? ¿Se oyó semejante? ¿Hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo hablando desde el fuego, y haya sobrevivido? ¿Algún dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo extendido, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo por vosotros en Egipto?

Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que Yahveh es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y los mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que Yahveh tu Dios te da para siempre.


Espantosa identificación de Dios con el terror, la guerra y la muerte. Espantosa apropiación de Dios, que salva a su pueblo matando egipcios.

Es un texto espeluznante, en el que aparece muy bien toda la provisionalidad e imperfección del Antiguo Testamento, y muestra que la mejor palabra de Jesús sobre él es “el vino nuevo rompe los odres viejos”.

No es éste el Dios de Jesús, ni somos un pueblo elegido excluyendo a otros, ni la guerra es obra ni manifestación de Dios, sino del pecado. Me parece que este texto no debe leerse en la Eucaristía.

Para sustituirlo, propongo:

Del libro primero de los reyes 19, 3-13

Elías tuvo miedo, se levantó y se fue para salvar su vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí¡ a su criado. El caminó por el desierto una jornada de camino, y fue a sentarse bajo una retama. Se deseó la muerte y dijo: Basta ya, Señor. Toma mi vida, porque no soy mejor que mis padres.

Se acostó y se durmió bajo una retama, pero un ángel le tocó y le dijo: Levántate y come. Miró y vio a su cabecera una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió y bebió y se volvió a acostar.

Volvió segunda vez el ángel del Señor, le tocó y le dijo: Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti. Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb. Allí entró en la cueva, y pasó en ella la noche.

Le fue dirigida la palabra del Señor, que le dijo: ¿Qué‚ haces aquí¡ Elías? El dijo: Ardo en celo por el Señor, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela. Le dijo: Sal y ponte en el monte ante el Señor. Y he aquí que el Señor pasaba.

Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas ante el Señor; pero no estaba el Señor en el huracán. Después del huracán, un temblor de tierra; pero no estaba el Señor en el temblor. Después del temblor, fuego, pero no estaba el Señor en el fuego.

Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva.

Este texto nos permite hablar del cambio de Dios: del huracán y el fuego a la brisa suave. Del Dios terrible a Abbá.


ROMANOS 8, 14-17

En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!

El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados.

Es una hermosa síntesis de nuestro conocimiento de Dios. El Padre - el Hijo - el Espíritu.

El "Espíritu de Dios" alienta en nosotros. Es el Espíritu enviado por el Padre, el que nos hace hijos como Hijo es Jesús.

Merece la pena atender a la palabra “adoptivos”. Es demasiado evidente que Pablo se mueve en el campo de los símbolos, no de las realidades. No somos hijos de otro, adoptados por Dios, no se está hablando de quién nos engendró. Se está subrayando la diferencia entre Jesús y nosotros, utilizando el símbolo de hijo natural – hijo adoptivo. El símbolo puede parecernos más o menos acertado, pero es fundamental no salirse del campo de lo simbólico, de la metáfora, no sacar conclusiones de tipo objetivo como si se dogmatizase sobre la “generación” de Jesús y la nuestra.

Y el evangelio completa el mensaje con la Misión, la misión de los hijos, la Misión del Hijo: salvar al mundo por el anuncio de la Buena Noticia.



José Enrique Galarreta, S.J.

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