En el lenguaje religioso, es muy frecuente el uso del plural para referirse a cosas muy serias, a veces muy graves. Por ejemplo, cuando rezamos el Padre Nuestro, le decimos a Dios: "Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Como es lógico, el plural expresa un deseo y un propósito comunitario. Lo cual es bueno, más aún es excelente y ejemplar. Pero eso, que es tan positivo, entraña el peligro de no decir nada. Porque las fórmulas en plural se utilizan cuando el que las pronuncia es un colectivo de personas, que se refieren a algo que les concierne a todos y en la que todos se ven implicados. Pero, con el rezo del Padre Nuestro, nos en contramos con el hecho extraño de que una fórmula plural, pensada para un colectivo o una comunidad, con enorme frecuencia es rezada por un individuo, para pedir ayuda o para referirse a hechos y situaciones que le conciernen al sujeto singular y único que pronuncia esa oración. Y entonces ocurre que el orante singular le dice a Dios "perdónanos como nosotros perdonamos"... ¿Se atrevería ese mismo orante a decirle en serio a Dios: "¡Señor!, perdóname como yo perdono"? O sea, ¿estamos dispuestos a decirle a Dios: "¡Señor!, trátame a mí de la misma manera que yo trato a mi mujer, a mi marido, a mi vecino, a mi empleado, a mi enemigo, a mi adversario político, a mi empleada de hogar....". Y así sucesivamente y sin límite alguno. ¿Estamos de verdad dispuestos a rezar siempre, siempre, siempre, el Padre Nuestro de esta manera, cuando lo rezamoa en privado?
En la piedad religiosa, los plurales nos engañan. Y con los plurales decimos vaciedades que carecen de contenido. Sin ir más lejos, cuando nos pillan en una contradicción de la que no sabemos salir, despachamos el asunto diciendo tranquilamente. "todos somos humanos", "todos somos pecadores", "todos somos contradictorios"... Prescindiendo de que eso, en muchos casos es mentira (porque no todo el mundo es contradictorio), en realidad eso es la escapatoria de los cínicos y los tontos. Seamos honestos y coherentes. Cuando nos enfrentamos a una situación que le concierne a uno, y solamente a uno mismo, por favor, no nos escapemos con la vulgar generalidad de que eso mismo se le puede aplicar a todo el mundo. Y si no, ¿por qué no recurrimos al plural cuando tenemos que echarle en cara a un individuo algo que queremos que le duela? Si ese individuo te ha engañad0, no le dirás "todos somos embusteros". No. Le dirás en su cara: "¡Eeres un mentiroso y un embustero! Me has engañado". En singular, directo y muy concreto.
Pues bien, vamos a tomar la costumbre de rezar el Padre Nuestro diciéndole a Dios: "¡Señor!, trátame desde hoy exactamente lo mismo que yo trato a.... (quien sea, la persona que te resulte más odiosa). A ver si todos tenemos el valor de rezar así desde hoy mismo. Y si no tenemos ese valor, entonces mejor será que no recemos. Los rezos no se han inventado para engañarnos y para engañar. Los rezos no pueden tener otra finalidad y otro destino que el de enfrentarnos a la realidad, a nuestra propia realidad, para que en lla nos veamos como el que se ve en un espejo.
José María Castillo
Teología sin censura
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