1 de mayo, día del trabajo, toca dar lugar a reivindicaciones, conmemoraciones y en otros casos vacaciones. No sé con qué cuerpo lo celebrará más de uno, y de dos, de tres, de cuatro, de cinco y hasta de seis millones…..más de seis millones de parados. Y no sé con qué cuerpo lo celebremos aquellos que llegamos a este 1 de mayo destrozados, cansados, agarrotados por el estrés.
Es curioso, llegamos a este 1 de mayo con una sensación extraña, al menos en mi caso. Sintiendo el dolor de aquellos que no gozan en este momento de la dignidad que el trabajo debería reportar, sintiendo la rabia de aquellos que ofrecen contratos de 40 horas semanales a 150 euros al mes disfrazándolos de otra cosa, sintiendo el dolor de las familias que han perdido a los suyos en unas fábricas esclavas y asesinas lejos de toda dignidad en Bangladesh y en otros mil rincones más, algunos dentro de nuestra propia casa.
Pero es 1 de mayo, y quizá sea momento para reflexionar sobre cómo lo vivimos, cómo estamos, cómo están otros, cómo ayudamos y en qué condiciones lo desarrollamos. He visto muchas veces la alegría del que siente que le han dado la oportunidad de desarrollar sus capacidades, sus ilusiones y ambiciones. Lo he visto y sé que el trabajo puede dignificar a la persona. Termino hoy con la reflexión de un amigo: “Algunos tenemos trabajo y no tenemos tiempo. Otros tienen tiempo y no tienen trabajo. ¿No sería bueno para todos repartir el trabajo que hay?”
OMSP
pastoralsj
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