Prepararse para la muerte solía ser algo definido: quitarse algunas cosas del pecho, aclarar nuestra conciencia, utilizar la ayuda de un sacerdote. Como sacerdote recuerdo hermosos encuentros de este tipo. Un viejo estibador Irlandés en Nueva York, que se había alejado de sus raíces y de la Iglesia, estaba eufórico al recibir la visita de un sacerdote, cuando ya su muerte estaba cerca, y además descubrir que no se había olvidado de las palabras de la oración “Dios te salve, María”. La figura anónima pero familiar de un sacerdote facilita la posibilidad de conversar sobre la muerte inminente – más fácil que hablarlo con la familia, la que puede sentir como su deber el negar la cercanía del final. No debería ser de este modo. De las muchas maneras de morir solo, la más desconsoladora y solitaria es cuando la familia y los amigos conspiran para negar la cercanía de la muerte. Ellos pueden sentir que “no pueden quitarle las esperanzas”. Pero sin la aceptación de la verdad ellos impiden la posibilidad de un acompañamiento espiritual en la partida. Doctor Nuland y su extraordinario libro “Como morimos”, recuerda con tristeza como la familia conspiraba para evitar la verdad cuando su querida Tía Rosa estaba muriendo. “Nosotros sabíamos, ella sabía, nosotros sabíamos que ella sabía, ella sabía que nosotros sabíamos, y ninguno de nosotros podía hablar acerca de esto cuando estábamos todos juntos. Nosotros conservamos el juego hasta el final. La Tía Rosa fue privada, y nosotros también, del poder estar juntos como debió ser, donde nosotros pudiéramos finalmente decirle a ella lo que su vida nos había dado. En ese sentido mi Tía Rosa murió sola”.
Espacio Sagrado
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