(José Luis Ponce de León, IMC- Obispo del Vicariato Apostólico de Ingwavuma, Sudáfrica) Hace “sólo dos meses” que acabó el Mundial de Fútbol, pero hoy sentimos que pasó hace mucho tiempo, porque Sudáfrica es un país donde todo se vive intensamente. Durante su preparación y celebración, los medios de comunicación alertaron sobre un posible retorno a manifestaciones de xenofobia apenas concluido.
De hecho, las primeras se produjeron horas después del triunfo de España. Líderes de las Iglesias cristianas hablaron de este riesgo en un encuentro con el presidente, Jacob Zuma. Por fortuna, fueron hechos aislados, pero la tensión es permanente. De ahí que la oficina de Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal pusiera la lucha contra la xenofobia entre sus prioridades y prepare un taller de concienciación para octubre con representantes de todas las diócesis.
Son también días de negociación, tras semanas de huelga de empleados públicos, que afectó sobre todo a hospitales y escuelas, dos sectores ya especialmente débiles. Reclaman un aumento de salarios. La Conferencia Episcopal envió un comunicado donde, sin negar el derecho a la huelga, expresó su horror ante el hecho de que a los más débiles y vulnerables se les niegue la atención básica.
A todo esto se agrega ahora otro tema. El Congreso Nacional Africano impulsa una ley de prensa que limite la libertad de expresión. Entre otras cosas, prevé detener a periodistas que publiquen información que el Gobierno considere secreta y la creación de un tribunal para juzgar a periodistas. La intuición general es que se quieren silenciar los casos de corrupción de los que se está hablando cotidianamente.
El diario The Mercury publicó una reflexión del cardenal Napier que sintetiza el sentimiento generalizado: “Sólo tener muy mala memoria o un fuerte sentimiento de culpa puede llevar a una persona que haya sufrido durante el antiguo régimen (la segregación racial) a pasar rápidamente de oponerse a apoyar una conducta tan antidemocrática”. A comienzos de octubre, varios obispos nos encontraremos para profundizar este tema y decidir qué pasos tomar.
El Mundial se vivió como una verdadera fiesta, que nos permitió reconocernos como un solo pueblo, pero que también nos desafió a ver qué camino nos llevará a hacerlo en la realidad cotidiana, y no sólo durante un mes.
De hecho, las primeras se produjeron horas después del triunfo de España. Líderes de las Iglesias cristianas hablaron de este riesgo en un encuentro con el presidente, Jacob Zuma. Por fortuna, fueron hechos aislados, pero la tensión es permanente. De ahí que la oficina de Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal pusiera la lucha contra la xenofobia entre sus prioridades y prepare un taller de concienciación para octubre con representantes de todas las diócesis.
Son también días de negociación, tras semanas de huelga de empleados públicos, que afectó sobre todo a hospitales y escuelas, dos sectores ya especialmente débiles. Reclaman un aumento de salarios. La Conferencia Episcopal envió un comunicado donde, sin negar el derecho a la huelga, expresó su horror ante el hecho de que a los más débiles y vulnerables se les niegue la atención básica.
A todo esto se agrega ahora otro tema. El Congreso Nacional Africano impulsa una ley de prensa que limite la libertad de expresión. Entre otras cosas, prevé detener a periodistas que publiquen información que el Gobierno considere secreta y la creación de un tribunal para juzgar a periodistas. La intuición general es que se quieren silenciar los casos de corrupción de los que se está hablando cotidianamente.
El diario The Mercury publicó una reflexión del cardenal Napier que sintetiza el sentimiento generalizado: “Sólo tener muy mala memoria o un fuerte sentimiento de culpa puede llevar a una persona que haya sufrido durante el antiguo régimen (la segregación racial) a pasar rápidamente de oponerse a apoyar una conducta tan antidemocrática”. A comienzos de octubre, varios obispos nos encontraremos para profundizar este tema y decidir qué pasos tomar.
El Mundial se vivió como una verdadera fiesta, que nos permitió reconocernos como un solo pueblo, pero que también nos desafió a ver qué camino nos llevará a hacerlo en la realidad cotidiana, y no sólo durante un mes.
Vida Nueva
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