Friday, December 02, 2011

La Iglesia argentina fue “cómplice” de la dictadura militar

El escritor e historiador Horacio Verbitsky acusa a las autoridades eclesiásticas, reconstruyendo la historia política del país sudamericano

GIACOMO GALEAZZI
CIUDAD DEL VATICANO

Tormenta sobre los obispos argentinos. La Iglesia católica argentina «conocía y aprobaba los métodos que usaban los militares durante la dictadura». El escritor Horacio Verbitsky, autor de una historia política de la Iglesia en cuatro volúmenes, documenta las acusaciones en “Doble juego. Argentina católica y militar” y en “El vuelo”. A partir del tetimonio del capitán de brigada Adolfo Scilingo, que durante la dictadura arrojó al mar desde un avión a treinta personas todavía vivas (habían sido secuestradas y torturadas en la Escuela de mecánica de la marina, el principal campo de concentración de la marina militar argentina): «la jerarquía eclesiástica aprobaba este método, porque era un modo “cristiano y poco violento” de morir».

Al volver de su primer vuelo, Scilingo no podía alejar el sentimiento de culpa, pero el capellán de la Esma lo tranquilizó, citando la parábola bíblica en la que se cuenta la separación del grano y la hierba mala. Sube la dosis Estela Carlotto, presidenta de la asociación de Plaza de Mayo: «Hemos sufrido en carne propia la complicidad de la Iglesia argentina con la dictadura militar. A excepción de algunos obispos (4 o 5 que nos han ayudado siempre, en compañía de la Iglesia de base) la Iglesia argentina es muy conservadora. Incluso sabiendo lo que estaba sucediendo, lo ignoró, calló, no defendió a las víctimas. Hoy, la Iglesia argentina es más progresista, hay una especie de reconocimiento de las violaciones de los derechos humanos. Nosotros queremos, ya que el pasado es un capítulo cerrado, como no se sabe en dónde están los desaparecidos, que la Iglesia católica ofrezca una respuesta precisa a la sociedad argentina». La actuación de la Iglesia católica no ha sido esclarecida del todo y, en particular, de la mayor parte de la jerarquía. Hay muchas sospechas que apuntan a diversos obispos y capellanes militares, por complicidad con la dictadura. Muchos detenidos que lograron sobrevivir a las torturas y a los campos de concentración denunciaron el hecho de que los capellanes militares asistían a los torturadores y visitaban los campos de concentración, e incluso colaboraban indirectamente en los interrogatorios, tratando de desvanecer la resistencia de los prisioneros. Quienes actuaban así se justificaban diciendo que pretendían colaborar con la defensa del catolicismo y con la ruina del comunismo porque, según la versión de los militares, todos los prisioneros eran comunistas.

Tan solo en 1996 (a trece años del final de la dictadura militar) el episcopado católico, mediante la Conferencia episcopal, hizo un examen de conciencia, en el que se admiten los errores y las responsabilidades menores, pero se reivindica, en general, la metodología del diálogo permanente que las autoridades eclesiásticas sostuvieron siempre con los militares. Tanto las víctimas como los torturadores hablan del papel de la Iglesia católica en el exterminio de cientos de personas durante la dictadura. «En cada contingente militar había un sacerdote que tenía el encargo de convencer a los detenidos para que colaboraran con el ejército», afirma Horacio Verbitsky. «Algunos religiosos usaban el uniforme de paracaidistas y el presidente de la conferencia eposcopal, el cardenal Raíl Francisco Primatesta, había recibido una distinción ad honorem».

En 1976, el periodista Jacobo Timermann, durante una comida con un colaborador cercano del jefe de la marina Emilio Massera, dijo: «Sería mejor introducir la ley marcial y condenar a los imputados a la pena de muerte, pero solo después de haberlos procesado regularmente». Pero el colaborador de Massera respondió: «En ese caso intervendría el Papa y sería difícil proseguir con los fusilamientos». Muchos años después, el general Ramón Genaro Díaz Bessone, teórico de la llamada guerra contrarevolucionaria, admitió en un libro que durante la dictadura habían secuestrado y asesinado clandestinamente a los opositores políticos, sin introducir la ley marcial, por miedo de las reacciones del Vaticano: «Piensen en el escándalo que el Papa desencadenó contra Francisco Franco en 1975, cuando mandó fusilar a tres personas. Habría sido el fin del mundo. No se pueden fusilar siete mil personas». Díaz Bessone aludía al hecho de que en 1975, el dictador español Francisco Franco, ya en declive, recurrió a la pena de muerte contra algunos adversarios políticos, a pesar de la oposición de todo el mundo, incluida la de Pablo VI. «Sin embargo, en los años treinta, el dictador había recibido el apoyo de todo el episcopado español y de Pío XI y de Pío XII», subraya Horacio Verbistsky.

Pero la situación en España era diferente, allí se desarrolló una verdadera Guerra Civil, en la que incluso los adversarios de Franco, los republicanos, fusilaron a muchos nacionalistas y, entre ellos, a muchos sacerdotes. En cambio, en Argentina no se trataba de una guerra entre dos grupos armados adversarios, sino de una operación de ingeniería social que fue mucho más allá de los contrastes políticos. Una operación que pudo contar tan solo con un aparato ideológico y dogmático, y con una retórica de cruzada. El cardenal Raúl Francisco Primatesta dijo una vez que él no era el profeta del castigo, sino que había que actuar y no quedarse en el nivel de las palabras. «Puede ser que el remedio sea duro, porque la mano izquierda de Dios, que dicen que es paterna, puede ser muy dolorosa». Izquierda es la expresión que usó para indicar la represión, el secuestro, la tortura y el asesinato secreto de los opositores. Hoy en Argentina, sigue habiendo muchos capítulos oscuros o sin escribir sobre todo lo que sucedía entondes, sobre todo sobre las atrocidades que cometieron los del régimen y sobre las complicidades de diferentes personas e instituciones con todos los que cometieron sistemáticamente ciolaciones de derechos humanos. Sigue habiendo todavía “pactos de silencio”, un muro para encubrir hechos y personas, para despistar la información e impedir que salga a la luz toda la verdad. Gran parte de lo que sucedió no lo sabe la opinión pública, e incluso las autoridades actuales, civiles y militares, prefieren que toda esa información no llegue al público, para no abrir, según ellos, las heridas del pasado.


Vatican Insider

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