Sunday, February 19, 2012

Corrupción en Filipinas: «Es como un puñal que nos apunta al corazón», dice el arzobispo de Manila

En una entrevista exclusiva, el arzobispo Tagle de Manila habla sobre algunos de los principales desafíos que enfrenta la Iglesia en el país más católico de Asia

GERARD O’CONNELL
ROMA

La corrupción generalizada en Filipinas, el país más católico de Asia, «es como un puñal que nos apunta al corazón, a nuestro corazón católico», dijo el arzobispo Luis Antonio Tagle en una entrevista exclusiva el 9 de febrero, en la que le pregunté sobre los principales desafíos que enfrenta como nuevo arzobispo de Manila.

El 13 de octubre del 2011, el papa Benedicto XVI lo designó arzobispo y líder espiritual de 2,8 millones de católicos en la capital de este país del sureste asiático con más de 7000 islas y una población de 94 millones de personas, en una abrumadora mayoría católicas.

El cardenal Gaudencio Rosales le entregó los símbolos del cargo a su carismático sucesor de 54 años el 12 de diciembre, durante una misa celebrada por su instalación en la catedral de Manila.

Durante su reciente visita a Roma, le pregunté acerca de los desafíos que enfrenta la Iglesia en Filipinas en el momento en que inicia su ministerio como arzobispo de Manila.

¿Cuáles son los principales desafíos que ve en el comienzo de su ministerio como arzobispo de Manila?

Para ser existencial al respecto, en este momento mi principal preocupación es el modo en que me introduciré en la archidiócesis con el peso de su historia, de su tradición, con el hecho de que Manila es el centro de prácticamente todo en Filipinas: la vida política, económica, etcétera. En este momento estoy conociendo estos aspectos.

Naturalmente, algunas cosas son constantes: la formación de los sacerdotes, con la que se relaciona todo el problema de las malas conductas sexuales, la formación de los laicos, y el problema de los pobres, la multitudinaria masa de pobres. Estas son preocupaciones constantes en donde sea que uno se encuentre. En este momento, estoy conociendo la nueva diócesis y viendo dónde se necesita una respuesta renovada.

Por supuesto, existen problemas nacionales en Filipinas, como la corrupción en el Gobierno, lo que hace que los oficiales gubernamentales sean también responsables de las faltas del pasado y de la corrupción, etcétera.

Ahora, debido a que Manila no es Filipinas —esta es también una de mis preocupaciones, especialmente en la Iglesia—, no quiero que parezca que Manila da órdenes a las demás diócesis. Preferiría que la Iglesia en Filipinas sea una Iglesia de comunión real, en la que los obispos pudieran ayudarse unos a otros. En el pasado, el lejano pasado, siempre se hablaba de la «Manila imperial», la Manila que daba órdenes a todo el país, la Manila que marcaba la dirección. Creo que llegó el momento de que otras diócesis, especialmente las más pobres, sean oídas; tienen mucha sabiduría que compartir. Y la respuesta de la Iglesia, creo, se enriquecerá mucho si Manila también escucha.

La corrupción está generalizada en Filipinas, como usted mencionó antes. La anterior presidenta se encuentra bajo arresto hospitalario por presunto sabotaje electoral, y el jefe de Justicia está siendo sometido a un proceso de destitución por corrupción y otros delitos. ¿Cómo puede ser que haya un nivel de corrupción tal en el país más católico de Asia?

Es algo que también nosotros nos preguntamos, algo que causa, cuanto menos, mucha incomodidad. Es como un puñal que nos apunta al corazón, a nuestro corazón católico. ¿Por qué este estilo de vida corrupto parece estar generalizado y es también aceptado?

Buscamos ayudar en el abordaje de este problema. El Gobierno está haciendo su parte, y confiamos en que la dirigencia actual se toma en serio el hecho de seguir el camino de la responsabilidad y la justicia, pero esperamos que estos esfuerzos no estén dirigidos solo a las personas del gobierno anterior, sino que se conviertan verdaderamente en una especie de cultura de gobierno, que la integridad sea el ideal. Y es ahí donde nosotros —como Iglesia y como líderes eclesiásticos— debemos contribuir desde la perspectiva espiritual, moral.

Así, también nosotros en la Iglesia estamos atravesando un momento de búsqueda espiritual. ¿Dónde hemos fallado? ¿Qué está pasando con nuestra catequesis? ¿Qué está pasando con la educación católica? ¿Podemos formar conciencias? ¿Cómo puede ser que, si bien muchos de ellos provienen de escuelas católicas, al entrar en el sistema político y el servicio gubernamental, pasan de servir a autoservirse? ¿Qué ha sucedido con la formación de la conciencia?

Podríamos decir, entonces, que este es un gran desafío para usted y para la Iglesia.

Es un gran desafío, y no debe ser minimizado. Algunas personas quieren ver cosas grandiosas, pero llegar al punto secreto, a lo sagrado de las personas —la conciencia— es un trabajo arduo. Será más difícil.


La pobreza es otro gran problema en Filipinas. Once millones de filipinos han tenido que emigrar a otros países para buscar trabajo debido a esta pobreza. Su venerado predecesor, el cardenal Rosales, organizaba todas las semanas una colecta de monedas para intentar ayudar a los pobres. ¿Qué nivel de prioridad tiene este problema en su agenda como arzobispo?

¡Tiene una prioridad muy alta! Le aseguro que la restauración de la integridad y del estilo de vida, y la cultura de la integridad y de la responsabilidad es importante para nosotros desde las dimensiones moral, educativa, catequística e incluso comunal de la misión de la Iglesia. Y eso está principalmente vinculado a la pobreza.

No es que la corrupción sea la única causa de la pobreza; la pobreza es también, de hecho, una realidad compleja, pero, una vez más —desde la perspectiva del Evangelio— nos preocupa, cuanto menos, que tantas personas en un país católico estén viviendo en la miseria. ¿Qué ha pasado con la dignidad humana?

Lo que hace que el escándalo de la pobreza empeore es el hecho de que tenemos también algunos puñados de riqueza. Es por eso que en una sesión de reflexión dijimos: Está bien, el Evangelio es una buena noticia para los pobres, pero ¿cómo puede ser una buena noticia para los ricos y para aquellos que se benefician de un sistema corrupto? ¿Cómo puede ser una buena noticia para ellos? ¿Cómo podemos presentar el Evangelio del compartir, del amor, de la vecindad como una buena noticia para aquellos que se benefician de un sistema corrupto? ¡Ese es nuestro desafío!

Durante muchos años, ha existido el conflicto armado en el país, y el ejército está respondiendo en modo militar, como hemos visto recientemente. ¿Cuán importante es trabajar para traer la paz a Filipinas?

Una vez más, la corrupción, la pobreza y la paz están interconectadas. Si se mira al país con atención, la concentración de los casos de vandalismo y conflictos armados reportados recientemente se encuentra en lugares donde hay muchísima pobreza. Incluso en contextos urbanos, en las grandes ciudades, se ven situaciones de violencia donde hay mucha pobreza. Y no se trata de una pobreza de falta de dinero o de no tener algo que comer, sino que es la pobreza que se ve en esos lugares que ahora llaman «asentamientos informales» (pero que antes se llamaban «zonas de okupas»), donde, en algunos casos, la gente ni siquiera ve el sol, no ve el cielo. Lo que llaman «casas» son en realidad ranchos en los que se amontonan. Todo ese contexto genera un cierto enojo, un cierto deseo de salir. La tolerancia disminuye, y entonces en esos lugares se engendra la violencia.

Por supuesto, también existen conflictos relacionados con la religión, las ideologías. Pero los tipos ocultos de violencia, de conflictos, raramente son denunciados. Existe una violencia cotidiana en los lugares donde la pobreza es mayor. Este es otro desafío que nosotros como Iglesia debemos afrontar al trabajar por la paz. Y, como Iglesia, estamos llamados a trabajar por la paz, a ser pacificadores.


Vatican Insider

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