Desde que me atropelló aquel coche el 17 de noviembre cada mañana me despierto a mis dolores, y el día transcurre como por un oscuro túnel por el que avanzo con paciencia y fe, acompañado del cariño de tantos que se preocupan y rezan por mi. Por este túnel avanzan también muchas personas queridas, por este túnel también caminó el Señor Jesús. El dolor continuo es como una taladradora que lentamente va rompiendo todos tus cimientos, e incluso puede llegar a hacerte desesperar, cuando así ocurre aprieto fuertemente el rosario, el mismo que llevaba entre mis dedos el día del incidente. Pienso en cuánto ha sufrido el Señor por nosotros, y en el dolor tan grande que gente muy cercana padece, les tengo muy presentes y pido por ellos.
Hoy era una mañana como las últimas ciento once mañanas de mi vida, por eso nada me hacía presentir que al llegar la tarde, saliendo de la universidad, rompería a llorar como un niño, pero no de dolor si no de alegría. Hoy por primera vez al terminar las clases y disponerme a salir del aula he tomado conciencia de algo insólito, no me dolía la espalda, no me dolía la cabeza. Es la primera vez en más de tres meses que así me ocurre. Entonces se me han abierto los ojos y he visto el sol del atardecer bañando la clase, el crucifijo sobre la pizarra, el rostro feliz de mis compañeros. Al salir de la universidad y mirar el cielo azul se me han saltado las lágrimas, se ha renovado en mi corazón la certeza de que el Señor no me ha abandonado y trabaja en mí y en cuantos sufren apoyados en la fe.Aunque sé que pronto volveré al túnel del dolor he gustado la verdad de mi existencia, la de un cuerpo sano y un alma reconciliada en Cristo.
Volveré mañana al dolor de cabeza, a no poder pensar con claridad, a no encontrar una postura en la que no me duela la espalda, a renunciar a pequeños objetivos del día, a rezar con la repetición, a pedir ayuda para levantar un peso, a soñar que vuelvo a correr y subir una montaña… volveré al túnel del dolor con tantos otros seres queridos, agarrado a la cruz de Cristo sabiendo que la Victoria final es suya y de aquellos que viven unidos a él por la fe.
Por las horas de luz que hoy me has regalado Señor, por las lágrimas de alegría con que me has colmado, te doy gracias Señor.
Escrito por Daniel Pajuelo Vázquez
NOVA BELLA
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