Arzobispo de Cuttack-Bhubaneswar, en Orissa (India)
MIGUEL ÁNGEL MALAVIA. Fotos: LUIS MEDINA | El obispo John Barwa representa perfectamente lo que supone ser parte de una minoría hoy en la India. Y es que pertenece a dos. En el segundo Estado del mundo con más habitantes tras China, donde el 73,1% practica el hinduismo, él es de etnia tribal (los indígenas están incluso fuera del sistema de castas que articula la sociedad india, quedando en situación de total exclusión) y católico (como apenas el 2,3% de la población). Algo que marca el carácter de quien es arzobispo de las diócesis de Cuttack y Bhubaneswar, ambas en el Estado de Orissa.
Allí saben muy bien lo que supone ser una minoría ante el fundamentalismo. Y es que dos oleadas de violenciadesatadas por los radicales hinduistas, en la Navidad de 2007 y en el verano de 2008, causaron decenas de muertos y llevaron a huir como desplazados a 56.000 cristianos (de los que 10.000 aún no han regresado a casa).
Como pastor de esas minorías, monseñor Barwa, de visita ayer martes 14 de febrero en la sede madrileña deAyuda a la Iglesia Necesitada, explica cuál es su sentimiento: “Pese a la terrible persecución sufrida, estoy orgulloso de formar parte de este sufrimiento. Esto nos ha hecho más fuertes. Somos pobres, pero somos la luz del mundo. He visitado a la gente, y me dicen que han perdido sus casas, a sus familias… Pero que no han perdido la fe. Por eso estoy orgulloso”.
Su testimonio transmite fuerza –“Las gentes de Orissa son felices, pues se sienten fortalecidas ante la persecución”–; una fuerza que concede la paz interior: “Hemos perdonado y seguimos adelante. Algo que él conoce en primera persona a través del testimonio de su sobrina. Religiosa, como su hermana y otras seis primas, Meena Darwa se convirtió en símbolo de los ataques, tras sufrir una violación múltiple en público… y perdonar a sus agresores.
Desarrollo para todos
Como él cuenta, este carácter que forma a su pueblo proviene de su propia historia: “Orissa la evangelizaron jesuitas belgas en el siglo XIX. Los tribales indígenas éramos animistas. Veíamos que el espíritu estaba en todos los lados. Los jesuitas nos enseñaron que Dios es una persona. Nos enamoramos del amor de Dios. Y una vez que aceptamos esta fe, lo hacemos hasta la muerte. Para ello, rezamos mucho. Confiamos totalmente en Dios. Él nos quiere y con eso nos basta”.
Pese a que los radicales hinduistas acusan a los católicos de ir contra la cultura india, ellos siguen fomentando el desarrollo de todos: “Apenas superamos el 2% de la población, pero generamos el 20% de la riqueza del país.Somos los mejores en educación, sanidad e I+D. Eso lo reconocen todos, pues ni siquiera podemos acoger a tantas personas como reclaman nuestros servicios… Sin embargo, esto no les interesa que se sepa a quienes nos atacan”.
“El problema no es con los hindúes –continúa–, pues la mayoría nos respeta, sino con los radicales que no quieren razonar. Esos son los que no quieren tener en cuenta que la gran parte de los beneficiados por nuestra acción social no son católicos”.
Y es que ahí radica la clave de la persecución. Quienes acuden a sus escuelas y hospitales son los últimos de los últimos en la India: los tribales indígenas y los ‘dalit’, la casta de los “intocables” sobre la que se basa el sistema piramidal que marca toda la sociedad india. Precisamente, les acusan de socavar el modelo de convivencia por querer evangelizar a estas minorías…
Algo que hacen simplemente desde el testimonio del buen hacer. Logrando enormes frutos, por otra parte. “La fe es un regalo de Dios. Nosotros hacemos lo que podemos, pero lo demás lo hace Dios. En mis dos diócesis, las vocaciones a la Vida Consagrada y al sacerdocio crecen sin parar. En la misa que celebré por fin de año, acudieron 30.000 personas… Y, cada vez que confieso, lo hago entre 8 y 9 horas por las largas colas que se forman. ¿Por qué ocurre esto? Solo Dios es la respuesta”, concluye monseñor Barwa, pastor de los últimos entre los últimos.
VN
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