Termina el Sínodo como comenzó: con polémicas, con golpes de efecto mediáticos, para dar a entender lo que no se ve ni asoma. Y es que la Iglesia no ha cambiado ni un ápice la doctrina en lo fundamental. Aunque el Papa haya abierto las puertas al diálogo y también al enfrentamiento entre dos maneras de entender la fe. La que aspira a la santidad y la que interpone mediaciones para rebajar el listón.
Es cierto que el mundo ha cambiando y con ello las relaciones humanas se vuelven más complejas. Pero el matrimonio sigue siendo un sacramento donde Dios actúa de manera permanente. Y no puede convertirse en una unión de hecho, por mucho que se apele al sentimiento y a la fidelidad. Es verdad, en cambio, que los problemas acuciantes en las relaciones de pareja hacen fracasar muchas de ellas. Y que hay que agilizar los trámites para que estas personas puedan rehacer sus vidas. Pero para un católico, Dios y la fe es lo primero. Y su felicidad se encuentra en cumplir la voluntad de Dios, no la de los hombres. También existe una responsabilidad moral en la formación de las parejas que desean casarse por la Iglesia. Una formación que se echa en falta.
Por otro lado, las uniones homosexuales seguirán siendo una minoría reivindicativa, pero sin visos de convertirse en unión bendecida. No digo otra cosa que los mismos homosexuales pro familia. La unión de dos personas de distinto sexo es primordial para la sociedad y tiene que estar por encima de las presiones del lobby gay, que desean imponer una antropología moral a toda la humanidad. Es por eso que se reivindica su imposición en las escuelas. O se promociona en las cintas televisivas y cinematográficas, en el teatro, en las novelas. Siempre ha sido una temática presente e innegable. Pero de ello no se deduce la deconstrucción social que presupone la ideología de género entendida como tal.
Como el Sínodo era de la familia no ha salido a la palestra el celibato opcional u otras reivindicaciones de ciertos grupos que llevan años en el mismo juego. Adaptar la moral cristiana a la moral social. Si somos pecadores, no debemos avergonzarnos de confesar nuestras debilidades. Pero no por ello debemos ensalzar esas debilidades como norma de conducta. En cualquier caso, se ha comprobado que esas modificaciones no han llenado las iglesias en otras confesiones cristianas. Mientras que la católica sigue creciendo en todos los continentes.
De manera que el Sínodo vino como se fue, con polémicas y sin grades cambios ni renovaciones, por mucho que se pretenda vender lo contrario. La línea del Papa Francisco en este año de la Misericordia, no confunde el contenido con el continente, como muchos otros. Y de todo lo leído una saca sus propias conclusiones. Que hay que escuchar más al Papa Francisco que a los titulares mediáticos. Porque es en sus discursos e intervenciones públicas donde se ve la línea de su pontificado. Que por cierto, no deja de estar cuestionado como lo estuvo el de Ratzinger. Aunque los motivos sean diferentes.
Es por tanto todo un golpe en la línea de flotación de esa otra Iglesia que quiere estar y ser a su manera dentro de la Iglesia católica y que ha quemado todos sus cartuchos en este Sínodo y en el apoyo a un Papa Francisco elaborado mediáticamente, que no se corresponde con la realidad de su pensamiento.¿Veremos algún documento nuevo por parte del Papa?. Seguramente, sí. Y con tintes clarificadores que cierren las puertas a las diatribas a las que nos han estado exponiendo algunos padres sinodales.
Carmen Bellver
Diálogo sin fronteras
RD
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