Sunday, October 25, 2015

El Sínodo de la familia: ¿El parto de los montes? por José Agustín Cabré, claretiano


Con una declaración con tres partes, en que se analiza a la familia en su contexto actual, en su devenir histórico, y en sus desafíos pastorales, finalizó el Sínodo de la Familia celebrado en Roma. Otro documento más en la larga serie de subsidios en este tema tan sensible para la sociedad, iglesia incluida.
El Sínodo se ubica en una realidad que ha ido cambiando aceleradamente en los últimos veinte años. El núcleo familiar que todos valoran en cuanto sistema primario de cercanía, de afectos, de historias, de parentescos, de situaciones propias, ya no está representada por la clásica figura de la madre, el padre y los hijos.
Ya desde los comienzos ese núcleo se había convertido en clan. Ahora está en una etapa de ampliación del concepto: puede haber familia monoparental, ensamblada, homoparental, poligámica, reconstituida, adoptiva…En fin, una variedad de experienciasque superan la mera consanguinidad y se abren a la convivencia por solidaridad, por emociones, por intereses…Hasta hace cien años todavía en Europa se armaban familias reales por acuerdos de conveniencia política o económica o de prestigio.
El Sínodo, desde luego, no puede contemplar todos los casos, pero sí ha pretendido darlíneas generales orientadoras para que la familia sea el hogar que se necesita para vivir y crecer en valores humanizantes.
Y siguiendo la líneas de los documentos eclesiales, generalmente ambiguos, ha apostado más por la misericordia en los casos que las familias se saltan las normativas vigentes.
Siendo los participantes sinodales mayoritariamente clérigos, se han situado según la costumbre, un peldaño más arriba y se sienten generosos al dar a los laicos un trato afectuoso, fraterno, comprensivo. La doctrina señala que Dios es amor, y el clero lo administra.
Esto indica una desconfianza hacia el laicado todavía muy vigente. Cuesta reconocerle su mayoría de edad. No se puede fiar en sus decisiones.
La prensa ha publicitado el tema de la participación en la vida eclesial y la comunión eucarística de los divorciados. Ciertamente se habló de ello en el Sínodo, pero no fue el tema de primer plano. Sin embargo, se desaprovechó la oportunidad de reafirmar el concepto que señala a la conciencia individual como regla suprema de moralidad. Una conciencia que debe informarse, debe aclararse y debe decidirse.
Una persona que tenga familia sin haber pasado por el altar o por el registro civil, o que se haya divorciado, o esté separado y tenga una segunda familia, que conviva o quien sea,no puede ser objeto que se moldea con ordenanzas sino sujeto que asume sus responsabilidades. Si se siente en paz con su conciencia deberá tomar una decisión; si se siente culpable, también.
Por eso es encomiable la recomendación que hace el Sínodo de buscar consejo y acompañamiento para tener suficiente claridad a la hora de tomar decisiones. Lo que no es encomiable es que esa tarea la centre en el clero. Con mucha mayor razón se debiera recomendar la voz, el criterio y el acompañamiento de otras familias fiables, por sus valores humanos y cristianos vividos en serio. Serían las más indicadas para dar un consejo.
Pero el texto del Sínodo (publicado en italiano, por ahora) no se atreve a eso que parece lógico. Recurre de nuevo a la única llave que tiene para abrir candados: “Il colloquio col sacerdote, in foro interno, concorre alla formazione di un giudizio corretto su ciò che ostacola la possibilità di una più piena partecipazione alla vita della Chiesa…”
Será el papa Francisco quien reciba todas estas reflexiones del Sínodo para estudiar el tema y dar después un documento de orientación en la pastoral familiar de la iglesia.
No parece que Francisco pueda ir más allá de la doctrina clásica, aunque ha demostradoque siendo un conservador, no es un tradicionalista.
Esperemos.
José Agustín Cabré, claretiano
El Catalejo de Pepe
RD

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