Tuesday, February 14, 2012

Concilio Vaticano II. 50 años después


Ángelo Giuseppe Roncalli, Juan XXIII, nacido en Sotto il Monte (Italia) en 1881 llega a la Sede de Pedro con 77 años en 1958. Su paso por el Vaticano se auguraba como un tiempo “tranquilo”, breve y sin sobresaltos: un “Papa de transición”. No fue así… el mundo escuchó atónito en la Basílica de San Pablo extra muros, el 25 de enero de 1959, cómo este Papa anunciaba la convocatoria de un Concilio Ecuménico… ¡a solo 99 días de su elección! El Concilio se desarrolló en cuatro sesiones, desde el 11 de octubre de 1962 hasta el 8 de diciembre de 1965. Fue presidido por Juan XXIII (1962) y Pablo VI (1963-1965). Juan XXIII moría tras la primera sesión, el 3 de junio de 1963. El número de asistentes al Concilio fue de 2.540, divididos en cuatro grupos: -Padres conciliares, los obispos de los cinco continentes y superiores generales; - teólogos y expertos asesores para las diversas comisiones; -observadores de otras confesiones cristianas y -auditores laic@s y de congregaciones religiosas femeninas.

El impacto en la Iglesia fue increíble. El Concilio no fue una invención de Juan XXIII, era un instrumento valioso desarrollado en la historia de la Iglesia que él conocía bien. Como él mismo confesó la idea del Concilio no había madurado dentro de él “como fruto de una prolongada meditación, sino como la flor espontánea de una primavera inesperada”. Una opción valerosa: consciente de su edad, habría podido quedarse tranquilo entre bendiciones, canonizaciones y discursos. En cambio no. Lo afronto todo y no por si solo. Era su sensibilidad, eran sus estudios históricos: “Hace falta un Concilio”. Las semillas de la renovación de la Iglesia, en medio de un mundo que comenzaba apenas a ser un hervidero de nuevas ideas y costumbres tras la II gran Guerra, prendieron en numerosas diócesis y congregaciones religiosas, seminarios y movimientos de laicos.

El Concilio se proponía, como trasfondo de sus constituciones y decretos, un triple diálogo: “de la Iglesia con sus fieles; con los hermanos todavía no unidos visiblemente; y con el mundo contemporáneo” (Juan XXIII). Un concilio pastoral, con el acento puesto en la renovación de la Iglesia y en el nuevo modo de su presencia en el mundo y no en los dogmas y las ideas abstractas. Una Iglesia acogedora, escuchadora y fraterna como lo había sido la propia vida de Jesús. Una Iglesia que se dejara llevar por “el viento del Espíritu de Dios que sopla donde quiere” (Jn 3,8). Nuestro colaborador, el teólogo Juan Martín Velasco, analiza en este número algunos de los temas desarrollados por el Vaticano II y algunas sugerencias a cerca de la fidelidad de las comunidades cristianas al Concilio en los comienzos de este nuevo milenio. El Concilio convocado por el Papa de las ventanas abiertas, llamaba a entrar al Espíritu para que removiera las viejas costumbres ya sin sentido, las actitudes de poderío y principado, la inercia y lejanía del pueblo.

El impacto que tuvo la celebración del Concilio en la Iglesia universal y en la de España fue sorprendente. Pero como se ha escrito “algunos obispos entraron en el Concilio pero no salieron renovados por el Concilio”. La tarea no era fácil. El aluvión de nuevas ideas y los tiempos complicados y espesos en nuestro mundo no se habían detenido en los años del Concilio. Es necesario acoger con fortaleza y “sim-patía” (“sentir y compartir con”) los nuevos tiempos y saber leerlos a la luz de las grandes intuiciones que el Concilio nos ha brindado. El Concilio y el Evangelio mismo nos siguen pidiendo un mayor compromiso con la fe encarnada, con una fe que asume toda la vida humana, que finalmente nos saca del “cumplimiento”, de la pasividad y de la mentalidad conservadora, para enviarnos a la aventura de la fe. La Iglesia con sandalias, se hace convocante de una salvación que supera el individualismo y la falsa seguridad. Las resistencias al Concilio dentro de la Iglesia no vienen siendo pequeñas. Y el Espíritu de Jesús nos sigue gritando a todas las iglesias: “No tengáis miedo” (Mt 10, 28-33). Queda toda una tarea pendiente. Una tarea ilusionante.

Movimiento Rural Cristiano

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