A pesar de sus cuatro discos y 20 años de dedicación a la música, Rafa Sánchez se siente como un niño con zapatos nuevos. Acaba de publicar «Ni genios, ni artistas», una obra que nace del cruce entre su vocación artística y su compromiso social en la fundación Red de Apoyo a la Integración Sociolaboral (RAIS).
Más de dos años lleva este cantautor madrileño y profesor de Educación Física viéndose los martes por la tarde con una «banda» muy especial, la formada entre otros por Rocío, Mariano, Amparo, Toño, Oliver… Personas sin hogar que participan en el taller de música que coordina en RAIS. La idea era «acercar el proceso creativo de componer canciones a gente con unas vivencias y un bagaje muy particular», explica Rafa Sánchez. El repertorio va ya por 70 canciones de las que solo un puñado han sido grabadas en «Ni genios, ni artistas».
El proyecto "Fábrica de Canciones" surgió de la conjunción entre la «dulce enfermedad» de Rafa, que le lleva a «estar siempre componiendo» y su inquietud por averiguar «qué hay detrás de las personas sin hogar y cómo son esos procesos que llevan a una persona a la exclusión severa y la intemperie». Su amistad con Fernando Vidal, director de RAIS –una ONG creada en 1998 en Madrid con el objetivo de fomentar la integración de personas excluidas o en riesgo de exclusión, a través de proyectos específicamente dirigidos a personas sin hogar y personas inmigrantes– facilitó las cosas. Los técnicos anunciaron el inició del taller para crear canciones y respondió un nutirido grupo de personas.
«Muy rápido me di cuenta de que no iba a hacer falta desarrollar dinámicas de grupo, ni desplegar grandes técnicas de trabajo en equipo. En cuanto se dieron cuenta de que no pretendía venderles nada se abrieron y se entusiasmaron», rememora este músico vinculado a comunidades de base de Madrid. La magia de la música, con su poder para suscitar y construir emociones, hizo el resto. «El primer día ya teníamos una canción», afirma Rafa.
Cada tarde, sin «discursos analíticos» y siempre con una «mirada de respeto», se ha repetido el ritual: sacar la guitarra y tocar una melodía (inventada en directo o en casa), responder a «dónde os lleva la música, qué os sugiere…». Después, tras consensuar la imagen más potente, la que más les gustaba y extraer de ella el tema central de la canción, escribir la letra, jugando con los versos, encajando cada estrofa en la estructura rítmica. «Cada vez que dábamos con una frase, un verso o una rima que nos gustaba hacíamos fiesta», explica el músico.
En el proceso de dar forma a sentimientos de personas que viven en la calle y en albergues, cantando primero con timidez y luego con toda la convicción de quien tiene ya un himno propio para llamar la atención de una sociedad que prefiere mirar para otro lado, los participantes iban descubriendo, en palabras de Rafa, que «tenían también cosas lindas dentro y una inmensa capacidad para generar una mirada más benévola, más amable y menos hostil de sí mismos».
A Toño, víctima de una ruptura que vital que le dejó sin familia ni casa, le pega el papel de letrista concienzudo y exigente. No en vano, le gusta pasar horas en las bibliotecas públicas y declara que combate cada día para que su situación actual sea solo «temporal». «Se ha formado un grupo humano maravilloso con gente que no tenía nada en común y ahora lo tiene casi todo», apunta. Amparo, que lleva tanto en la calle que prefiere no acordarse comó llegó a ella, dice rotunda sobre el taller: «me da la vida».
Al menos, durante el rato que dura la sesión semanal, se olvidan de la angustía y la incertidumbre del día a día y descubren su faceta creativa en medio de tanta desolación. También se reconocen en su capacidad para describir sus vidas y sus sentimientos, para comunicarse con los demás y para trabajar en equipo. Pero es que, por si fuera poco, calientan su ánimo con una música que ya siempre les acompañará en su peripecia vital, a la que pueden acudir para sentirse menos solos, menos débiles, menos tristes. Semana a semana, se han ido volviendo más exigentes y ya no les vale cualquier cosa. Rafa recurría a sus dotes pedagógicas y su vocación de maestro, para manejar las diferencias estéticas: «todas las propuestas se escuchan aunque no todo nos valía; todo el mundo ha participado y ha aportado; y eso ha creado un vínculo muy fuerte».
Mariano, tras 20 años en la calle, donde dice que a veces es preferibe estar porque «nadie te manda», despliega ante la guitarra y la pizarra la serenidad que ha adquirido a base de levantarse tras cada caída, sugiere y aconseja, aunque «no sea el mejor para dar consejos a nadie». Rocío, aferrada a la nostalgía de unos hijos que ya no están con ella, lo tiene claro: «me gusta evadir la cabeza» y deja que Rafa guíe el taller con sus gafas en la cara y la guitarra en la mano. Oliver, sin trabajo y sin posiblidad de hacerse con los papeles soñados, toca los bongos, tal vez para mitigar la nostalgía de su Senegal natal.
La creatividad ha alimentado un disco en el que han participado Pedro Guerra («Deambulando»), Sole Giménez («Voy donde vas»), Raimundo Amador («Hoy en mi piel»), Clara Montes («Mujer a cada paso») o Miguel Campillo («20 días»). Los chicos de «La Fábrica de Canciones» hacen los coros y cantan los estribillos en alguna canción, como en el single «Ni genios ni aristas». El album fue presentado en el Teatro Lara de Madrid y los autores de las canciones se subieron al escenario para hacer cantar los estribillos de sus composiciones e incluso para presentar los temas y sus intérpretes. Un breve paréntesis en su combate cotidino contra la hostilidad de sus precarias vidas y un recuerdo que les llena de una calma interior que difícilmente encuentran a su alrededor. «Quisiera ser uno más, perderme en la multitud…», pueden tatarear ahora y para siempre por lo bajini, ante el discurrir continuo de peatones que ni siquieras les conceden una mirada.
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