El mensaje del Papa para la próxima Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, que será celebrada el próximo 17 de enero de 2016. «¡Acoger al otro es acoger a Dios en persona!». Es importante «ver a los migrantes sobre todo como personas que pueden contribuir al bienestar y al progreso de todos». Hay que crear las condiciones para que natie tenga que huir de la pobreza, de la violencia y de la persecución
ANDREA TORNIELLICIUDAD DEL VATICANO«La indiferencia y el silencio abren el camino a la complicidad cuanto vemos como espectadores a los muertos por sofocamiento, penurias, violencias y naufragios. Sea de grandes o pequeñas dimensiones, siempre son tragedias cuando se pierde aunque sea sólo una vida humana». Lo escribe el Papa en el mensaje para la próxima Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, que será celebrada el próximo 17 de enero de 2016. El mensaje se titula: «Emigrantes y refugiados nos interpelan. La respuesta del Evangelio de la misericordia».
En el documento publicado hoy, Francisco escribe que «los flujos migratorios están en continuo aumento en todas las áreas del planeta: refugiados y personas que escapan de su propia patria interpelan a cada uno y a las colectividades, desafiando el modo tradicional de vivir y, a veces, trastornando el horizonte cultural y social con el cual se confrontan».
Los que huyen son víctimas «de la violencia y de la pobreza», y, al abandonar la propia tierra, sufren «el ultraje de los traficantes de personas humanas en el viaje hacia el sueño de un futuro mejor». Si sobreviven, después deben «hacer cuentas con realidades donde se anidan sospechas y temores». Y normalmente, faltan «normas claras y que se puedan poner en práctica, que regulen la acogida y prevean vías de integración a corto y largo plazo, con atención a los derechos y a los deberes de todos».
El Papa afirma que «el Evangelio de la misericordia interpela las conciencias, impide que se habitúen al sufrimiento del otro e indica caminos de respuesta». Y sobre todo, el Pontífice observa que los flujos migratorios son «una realidad estructural y la primera cuestión que se impone es la superación de la fase de emergencia para dar espacio a programas que consideren las causas de las migraciones».
Las historias dramáticas de millones de hombres y mujeres «interpelan a la Comunidad internacional, ante la aparición de inaceptables crisis humanitarias en muchas zonas del mundo. La indiferencia y el silencio abren el camino a la complicidad cuanto vemos como espectadores a los muertos por sofocamiento, penurias, violencias y naufragios. Sea de grandes o pequeñas dimensiones, siempre son tragedias cuando se pierde aunque sea sólo una vida humana».
«Los emigrantes son nuestros hermanos y hermanas -escribe Francisco- que buscan una vida mejor lejos de la pobreza, del hambre, de la explotación y de la injusta distribución de los recursos del planeta, que deberían ser divididos ecuamente entre todos. ¿No es tal vez el deseo de cada uno de ellos el de mejorar las propias condiciones de vida y el de obtener un honesto y legítimo bienestar para compartir con las personas que aman?».
El Papa recuerda, además, que «la identidad no es una cuestión de importancia secundaria. Quien emigra, de hecho, es obligado a modificar algunos aspectos que definen a la propia persona e, incluso en contra de su voluntad, obliga al cambio también a quien lo acoge». Y, por su parte, las sociedades que acogen a los migrantes y refugiados «deben afrontar los nuevos hechos, que pueden verse como imprevistos si no son adecuadamente motivados, administrados y regulados». Por ello, se pregunta el Papa, ¿cómo es posible lograr que la integración se convierta en un enriquecimiento para todos y para prevenir «el riesgo de la discriminación, del racismo, del nacionalismo extremo o de la xenofobia?»
Después de afirmar que la revelación bíblica «anima a la acogida del extranjero, motivándola con la certeza de que haciendo eso se abren las puertas a Dios, y en el rostro del otro se manifiestan los rasgos de Jesucristo», Francisco recuerda que «Muchas instituciones, asociaciones, movimientos, grupos comprometidos, organismos diocesanos, nacionales e internacionales viven el asombro y la alegría de la fiesta del encuentro, del intercambio y de la solidaridad». Pero también menciona la multiplicación de los debates «sobre las condiciones y los límites que se han de poner a la acogida, no sólo en las políticas de los Estados, sino también en algunas comunidades parroquiales que ven amenazada la tranquilidad tradicional».
¿Cómo actuar frente a todas estas situaciones sin dejar de ser fieles al Evangelio? «Cada uno de nosotros -responde el Papa argentino- es responsable de su prójimo: somos custodios de nuestros hermanos y hermanas, donde quiera que vivan. El cuidar las buenas relaciones personales y la capacidad de superar prejuicios y miedos son ingredientes esenciales para cultivar la cultura del encuentro, donde se está dispuesto no sólo a dar, sino también a recibir de los otros. La hospitalidad, de hecho, vive del dar y del recibir».
«En esta perspectiva -explica- es importante mirar a los emigrantes no solamente en función de su condición de regularidad o de irregularidad, sino sobre todo como personas que, tuteladas en su dignidad, pueden contribuir al bienestar y al progreso de todos, de modo particular cuando asumen responsablemente los deberes en relación con quien los acoge, respetando con reconocimiento el patrimonio material y espiritual del país que los hospeda, obedeciendo sus leyes y contribuyendo a sus costes».
De cualquier manera, no es posible, según Papa Francisco, «reducir las migraciones a su dimensión política y normativa, a las implicaciones económicas y a la mera presencia de culturas diferentes en el mismo territorio. Estos aspectos son complementarios a la defensa y a la promoción de la persona humana».
«La Iglesia -añade Francisco- apoya a todos los que se esfuerzan por defender los derechos de todos a vivir con dignidad, sobre todo ejerciendo el derecho a no tener que emigrar para contribuir al desarrollo del país de origen». Un proceso que debería incluir «la necesidad de ayudar a los países del cual salen los emigrantes y los prófugos». La solidaridad, la cooperación, la interdependencia internacional y la justa distribución de los bienes de la tierra «son elementos fundamentales para actuar en profundidad y de manera incisiva sobre todo en las áreas de donde parten los flujos migratorios, de tal manera que cesen las necesidades que inducen a las personas, de forma individual o colectiva, a abandonar el propio ambiente natural y cultural. En todo caso, es necesario evitar, posiblemente ya en su origen, la huida de los prófugos y los éxodos provocados por la pobreza, por la violencia y por la persecución».
Es «indispensable que la opinión pública sea informada de forma correcta -concluye el Papa-, incluso para prevenir miedos injustificados y especulaciones a costa de los migrantes. Nadie puede fingir de no sentirse interpelado por las nuevas formas de esclavitud gestionada por organizaciones criminales que venden y compran a hombres, mujeres y niños como trabajadores en la construcción, en la agricultura, en la pesca y en otros ámbitos del mercado. ¡Cuántos menores son aún hoy obligados a alistarse en las milicias que los transforman en niños soldados! ¡Cuántas personas son víctimas del tráfico de órganos, de la mendicidad forzada y de la explotación sexual!».
Vatican Insider
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