"Hay que abrir puertas y ventanas; es lo que pedía el Concilio", afirma el profeta de la Amazonía
Santi Riesco entrevista al obispo claretiano: "Francisco es el Papa de los descartes"
(Santi Riesco, en Pueblo de Dios).- Desde que me dijeron que grabaría con Manos Unidas en san Félix de Araguaia, sólo pensaba en una cosa: conoceré a Pedro Casaldáliga. No reparé en el largo viaje que me esperaba. Casi 4.000 kilómetros desde Recife, donde empezaba la grabación de proyectos solidarios, hasta las playas del río Araguaia.
Llegamos a mediodía y, al bajar de la avioneta, a mi saludo inicial uní la pregunta por Pedro. Hacía un par de meses que se había roto la cabeza del fémur. Tiene un Parkinson avanzado y ya cumplidos los 87 años. No siquiera sabía si estaba en su casa o recuperándose en cualquier otro lugar. El titular de esta crónica despeja toda duda. No sólo estaba en casa sino que conversamos un buen rato (...).
(...) La casa de Pedro sigue igual que cuando era la sede episcopal. Sin muros, cercas ni alambradas. Abierta a la calle. De una sola planta. Con una sencillez cálida y acogedora en la que resulta imposible sentirse extraño.
Eran las cinco y media de la tarde. Habíamos quedado. Y allí estaba Paulo Gabriel, superior de los agustinos de Brasil y poeta como él. Nos contó cómo unió su destino al de Pedro y qué hacen los hijos de San Agustín en San Félix. Habló de su militancia desde la fe, del compromiso real con la defensa de la naturaleza y de las denuncias al agronegocio por su comportamiento abusivo.
Pedro estaba en el pequeño patio, sentado de cara a la capilla. Mientras mis compañeros grababan a la comunidad de agustinos que vive con el obispo claretiano, yo me acerqué a él con auténtica veneración y respeto, hecho un manojo de nervios.
"Don Pedro, soy Santi Riesco" y me cogió una mano entre las suyas mirándome a los ojos. "El periodista", me dijo, "te estábamos esperando". Me senté a su lado y, aún con mi mano entre las suyas, comencé a hablar muy rápido, como temiendo que se acabará el sueño: "Don Pedro, le traigo muchos mensajes, recuerdos y abrazos de gente que le admira y le quiere, los traigo aquí apuntados". Saqué el móvil y comencé a leer los recados. De Charo y Carmen, que se han quedado con ganas de venir a verle, de Benjamín, que me envió el libro monográfico sobre su vida recién publicado. De Jesús que quiere publicar esta extraña entrevista y de Miguel Ángel, que sigue en la lucha implicado. Para cada uno me dio un mensaje. Y tras un largo silencio mirándonos a los ojos rompí la magia soltándole a bocajarro: "Mi compañero Ricardo me dice que no deje de preguntarle si ha merecido la pena", y tras una pausa calmada meditando la respuesta para que el esfuerzo de pronunciarla no se quede en nada, contesta:"mereció la pena... y la alegría". Y no me di cuenta de la profundidad de lo que me respondía porque estaba pendiente de memorizar cada una de sus palabras. Nos pidieron que no grabáramos, que respetásemos su descanso, el martirio de su enfermedad. Y yo tenía que emplearme a fondo para guardar todas sus expresiones. Algunas nada fáciles de entender por el esfuerzo al pronunciarlas, por el Parkinson, por la edad y por el cansancio acumulado de la jornada.
"¿Cuándo vas a entrevistar al Papa Francisco?", ahora era don Pedro el que preguntaba. Y yo trataba de explicarle que somos un programa para los últimos, para los nadies, que el Papa tendría cientos de peticiones de entrevistas de programas y periodistas más importantes. "Es el Papa de los descartes", apuntaba José María, sentado durante toda la conversación a la derecha de Pedro. Y con los nervios intenté contarle tantas cosas que me sorprendí hablándole con sus versos y obligándome a escuchar sus silencios.
"Los obispos están reunidos en Sínodo", sacó otro tema don Pedro. Y no me salía dirigirme a él de tú, a pesar de lo cerca que estábamos, a pesar de la total sintonía, de estar en comunión y experimentar de lleno la alegría. "El cambio tiene que ser grande. Hay que abrir puertas y ventanas; es lo que pedía el Concilio". Y le cuento como siento yo en España el cambio de la Iglesia. Que me parece más de forma que de fondo, que tenemos miedo a perder poder y privilegios.
No quiero despedirme. Temo que esté agotado. Me disculpo por no haberlo hecho antes y le preguntó por su salud. José María sale al quite y dice que antes les ha contado a mis compañeros que se encuentra con fuerzas y, de la pierna, casi totalmente recuperado.
Quiero seguir preguntando, y pienso en la pena que me da no poder grabarlo, no tener la imagen de sus ojos claros, de su hermano Parkinson agitándolo. "Mañana vamos a grabar con los indios Xavante, un referente de la lucha indígena que es un símbolo del triunfo de los pobres", le digo esperando su comentario. Y tras otra lenta, deliciosa y nutritiva pausa don Pedro me dice con un hilo de voz: "Hay que contarlo. Las grandes multinacionales del agro han destruido su tierra. Son un pueblo valiente. Un ejemplo de que unidos, en comunidad, se pueden conseguir grandes metas". Y aunque el volumen es bajo, sus palabras resuenan como un látigo en el atrio del templo.
"Gracias, don Pedro, por este rato. Muchas gracias por su vida y sus poemas". Me despido dándole de nuevo la mano. Y ya de pie, él la vuelve a coger entre las suyas. Entonces me inclino para escuchar su bendición: "Seguimos, Santi. Podemos".
RD
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